El mes de septiembre no sólo representa el regreso a la cotidianidad y a la rutina, sino también la búsqueda, normalmente fallida, de nuevos proyectos y propósitos que nos hagan (parecer) más listos, más sanos y más felices, tales como aprender idiomas, hacer deporte, dejar de fumar o practicar alguna habilidad escondida (dibujar, tocar la guitarra, fotografía o bailar), que sirva para enmascarar la frustración del retorno a nuestras vidas.
Existen otros acontecimientos, como el comienzo de la liga de fútbol, la aparición del nuevo catálogo de la IKEA, la renovación de la programación televisiva, la llegada del viernes o el obligado paso por la peluquería, que aliviaran la realidad de nuestras existencias. Pero sin duda aquel que más curiosidad y diversión me provoca es la avalancha de fascículos y coleccionables que invade los kioscos, repletos de libros, DVDs, dedales, abanicos, soldados de plomo, muñecas, plumas, relojes, vajillas, cursos de idiomas, series de televisión, superhéroes, motos, coches, furgonetas, triciclos, ..., con las siguientes dos características comunes: el aumento de su precio según avanza la colección y la inutilidad de los mismos. Sin duda, este año, parece que lo más novedoso es la colección Rosarios del Mundo, no sé si destinada a las feligresas de iglesia o a los idiotas de playa.
Personalmente, me gustaría encontrar uno que representara en figuritas, incluso en cómic, a Fulano, Mengano y Zutano, pero como su publicación no resultaría rentable, intentaré hacerme con el Batman que anuncian en la tele y que rivalizará en la estantería junto a Mazinger Z y los Barbapapas.
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