martes, 31 de octubre de 2006

Jeff Tweedy: obra y milagros

Jeff Tweedy, voz y alma máter de Wilco y, en mi opinión, uno de los mejores músicos de su generación, inicia una gira en solitario para celebrar el lanzamiento del DVD “Sunken Treasure. Live in the Pacific Northwest” (a la venta el día 7), que recoge algunas actuaciones en solitario grabadas durante su última gira americana. La gran noticia es que por primera vez Tweedy aterrizará en España en solitario, el 1 de Diciembre en la sala La Riviera de Madrid y el 2 en el Festival Primavera Club de Barcelona. Tras el recuerdo inmejorable que muchos tenemos de aquel concierto de Wilco en la desaparecida sala Aqualung, algunos ya nos mordemos las uñas esperando que noviembre pase rápido. Las entradas ya están a la venta en Tick Tack Ticket, todas las tiendas Carrefour y la Fnac, y los precios en Madrid oscilan entre los 22 y los 25 euros. Yo, por supuesto, ya tengo mi entrada y, para celebrarlo y ponerme al día, una pequeña revisión de la discografía de Wilco. Para no ponerme muy coñazo, paso de los directos y los dos volúmenes de “Mermaid Avenue” junto a Billy Bragg, grandes discos por otro lado...

A.M. (Reprise, 1996). En el reparto de bienes posterior a la separación de Uncle Tupelo, Jeff Tweedy se quedó con casi todos los miembros de la banda y con todo el bagaje musical. A.M. es una reivindicación del papel de Tweedy en su antigua banda, y no pasa por ser más que una continuación correcta del majestuoso “Anodyne” con canciones, eso sí, que ya apuntan maneras como “Passenger Side”.

Being There (Reprise, 1996). Siempre me han dado pereza los discos dobles: “Being There” dura, sumando sus dos discos, 79 minutos, y en él Jeff Tweedy intenta realizar un recorrido por toda la música americana en una huída hacia delante intentando escapar del estigma de estandarte del movimiento “No Depression”, llamado así en honor al primer disco de Uncle Tupelo. Aunque sobra alguna canción, ya se ven indicios de hacia donde se dirige la mente de Tweedy en el inicio de “Misunderstood”, en la doliente “Far far away”, en los metales de “Monday” o en la jarana final de “Dreamer in my Dreams”.


Summerteeth (Reprise, 1999). Parece que todo grupo americano atraviesa antes o después una etapa Brian Wilson. “Summerteeth”, con Jay Bennett tomando el control en la sala de máquinas, es el disco más pop de Wilco, luminoso en las formas pero mucho más oscuro en el fondo, con un Jeff Tweedy mucho más concienciado en su papel de letrista: “Via Chicago”, murder ballad sobrecogedora, es una de las mejores canciones de la carrera de Wilco. Ese “I’m coming home” del final pone los pelos como escarpias.

Yankee Hotel Foxtrot (Nonesuch, 2002) “Yankee Hotel Foxtrot” es fácilmente uno de los discos que más he oído en mi vida. Adoro cada una de las canciones, su homogeneidad, su aureola de disco maldito perfectamente capturada en el maravilloso documental “I Am Trying to Break your heart”. Siempre que alguien me sale con las bondades del, para mí, sobrevaloradísimo “OK Computer” no puedo evitar pensar que este disco le da mil vueltas. Una debilidad personal: “Jesus, etc.”


A ghost is born (Nonesuch, 2004). Una vez expulsado Jay Bennet, Wilco se convierte en una one man band con secundarios de lujo, un vehículo a través del cual Jeff Tweedy canaliza todas sus inquietudes musicales, que van del John Lennon de “Mother” al krautrock más denso. Un exceso de referencias y experimentación hacen que el disco sea algo más disperso de lo habitual, y aparecen solos de guitarras muy Neil Young en canciones que en general superan con creces los 5 minutos. Aún así, muy buen disco.

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Mesas flotantes

Hoy me han contado una cosa que me ha puesto los pelos de punta. Parece ser, que la última moda impuesta por alguna gran empresa, consiste en rotación del puesto de trabajo. No me refiero a promociones, ascensos y demás, sino a rotación del puesto físico: el que llegue primero escoge sitio y mesa, y el último SE coloca donde pueda. ¿Y si no hay sitios libres?, ¿SE comparte mesa? Desconozco si el trabajador tiene acceso al ordenador de esa mesa o si cada uno tiene su portátil, pero en todo caso no me parece una idea muy atractiva. ¿Será otra artimaña de las empresas para que nos peleemos por ser los primero en empezar a trabajar? A lo mejor es para fomentar las relaciones personales entre compañeros...

Sea lo que sea no me hace mucha ilusión que esta idea se ponga muy de moda...

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lunes, 30 de octubre de 2006

Cine español en mitte.

El otro día charlaba con Alis sobre el cine español y nos daba miedo reconocer que ya no se hacen películas interesantes en este país. Hace diez años había un Juanma Bajo Ulloa, un Alex de la Iglesia, un Medem o una Cuadrilla que daban sal y pimienta a la cartelera patria. Ahora, en apariencia, ni siquiera tenemos eso. Pero… ¿es sólo en apariencia? La pregunta, por supuesto, no tiene respuesta: será cuestión de gustos. Para estimular el gusto, sin embargo, en Mitte

hemos comenzado una serie sobre cine español reciente. De vez en cuando rescataremos algún título que, bajo nuestro punto de vista, haya soportado bien el paso del tiempo y se haya convertido en un pequeño clásico. Os invito a que hagáis memoria con nosotros.

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Despechadas.com

“¿Quién me va a impedir a mí decir al mundo lo que tú me has hecho?” Esta podía haber sido la pregunta a partir de la cual surgió esta idea de dontdatehimgirl, pero en realidad fue la mezcla de estos ingredientes: amigas, café, ex-novios, abogada y Estados Unidos. Sí, la idea la tuvo una abogada de Estados Unidos tomando un café con unas amigas charlando sobre las putada de los exs (¡qué peligro!). Los hombres de mujeres despechas estadounidenses ya están temblando y los juzgados llenos, pero los españoles tiene motivos para no relajarse porque ¡la página llega a España! La fecha de puesta en marcha es el 15 de noviembre. ¿Qué pasará? Nada chicos, id tirando de la agenda y pidiendo perdón a vuestras damas despechadas, que a la que os descuidéis os señalan en la disco con “ese es el que dejó a fulanita y encima se fue con otra más joven, ¡ni te acerques!”.

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Pequeña Miss Sunshine.

Siempre me he preguntado por qué en los festivales de cine hay un Premio del Público. No estoy muy informado de cómo funcionan estas cosas, pero a mí sólo se me ocurre una explicación: desde el principio se asume que el jurado y la gente normal tienen gustos diferentes. Hoy, sin ir más lejos, leía en El País la crónica de la Seminci y me encontraba con la siguiente afirmación: “el premio del Público fue, con toda lógica, para el filme francés Days of glory”. ¿Qué significa “con toda lógica”? ¿Cuál es esa lógica? ¿Hemos de suponer que el comportamiento del público de un festival es siempre previsible? Y si lo es: ¿hacia dónde se decanta? Para salir de dudas he ido a ver Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valier Faris, 2006), ganadora del Premio del Público del Festival de San Sebastián.

En esencia, la película no ofrece nada nuevo: road movie acerca de una familia disfuncional que atraviesa California para que la hija pequeña participe en un concurso de belleza. No hace falta haber visto mucho cine para hacer conjeturas sobre lo que viene después. Si os ponéis a pensar durante, digamos, dos minutos, estoy seguro de que adivinaréis el resto. ¿Por qué, entonces, el público de San Sebastián votó Pequeña Miss Sunshine como la mejor película?

La primera explicación que se me ocurre es que la cinta pone a caer de un burro a la sociedad gringa. Si hay algo con lo que disfrutan los cinéfilos de este país es riéndose de los Estados Unidos. Debe de ser algún tipo de complejo de inferioridad, la revancha íntima del listo, que tiene cerebro en lugar de músculos. Por fortuna, los directores Jonathan Dayton y Valier Faris son bastante sutiles respecto a esto. Al fin y al cabo estamos hablando de dos de los mejores realizadores de publicidad de hoy en día: si ellos no saben cómo funciona la gente por dentro, entonces nadie lo sabe. Sus americanos, aunque ridículos, son algo más que caricaturas.

Otra explicación posible es el viejo tópico de la incorrección política. Nunca falla: en cuanto alguno de los personajes de una película rompe con los típicos tabúes de hollywood, el público de los festivales se derrite en la butaca. El único riesgo está en la trascendencia que se le quiera dar a este esperpento. Si se pretende usar a un friki para trazar el gran retrato de la sociedad contemporánea, como hace Todd Solondz, la cosa queda en chabacana. Menos mal que en Pequeña Miss Sunshine los locos son los buenos y funcionan como una mera gamberrada, que si no, ni siquiera me habría tomado la molestia de escribir.

Mi última hipótesis tiene que ver con el humor. En un festival, la risa es patrimonio exclusivo de los espectadores. Hablar de las carcajadas del jurado sería entrar directamente en el oxímoron, en lo imposible, en lo inconcebible. La comedia siempre será un género menor y popular. Por eso resulta comprensible que Little Miss Sunshine ganase el Premio del Público y no la Concha de Oro: porque produce mucha risa.

Al final, entonces, ¿a qué conclusión llegamos? Muy sencillo: el Premio del Público es siempre para una película que se disfruta sin tener que explicarla. Es el gran homenaje de todo festival al motor básico del cine: la emoción pura y dura. Cualquier cinéfilo, por muy culto y sabio que sea, conserva en su corazoncito un resorte que se activa de la manera más simple. Habrá quien se emocione burlándose de los gringos, quien se lo pase bomba con el escándalo y quien busque sólo un poco de risa sana. No importa. Lo único importante es que a veces necesitamos ir al cine sólo para sacar nuestro lado más simple. Y para casos como ésos, Little Miss Sunshine funciona a la perfección.

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viernes, 27 de octubre de 2006

"Too Much Love": negación, ira, negociación, depresión (y aceptación)

Va a ser difícil recibir en lo que queda de año un mazazo emocional del calibre del “Too Much Love” de Harlan T. Bobo. Clasificado por casi toda la crítica bajo la difusa categoría de “discos de divorcio”, “Too much love” es mucho más que eso: en tan sólo 31 minutos describe de forma brillante y desoladora todas las etapas del duelo posterior a la ruptura de una relación. Un disco que, según su autor, trata sobre “lo mejor y lo peor de amar a Yvonne Bobo”, la mujer con la que compartió 6 años y cuyo divorcio inspiró un disco que es, sin duda, un clásico desde ya.

(Negación)El disco arranca tranquilo, con una guitarra española acompañando la voz rota de “It’s only love”, quizás una justificación ante la falta de lógica de algunas decisiones tomadas bajo los efectos del dolor o quizás un simple mecanismo de defensa ante la tormenta que se avecina. La segunda, “Left your door unlocked”, se mueve musicalmente en unas coordenadas similares a las de la también excelente “Far far away” de Wilco, y narra una historia que, de puro patética, resulta desarmante: la de un hombre que se cuela en casa de su ex-novia aprovechando que ella “está por ahí con él sólo para “encontrar algunas pequeñas pruebas de que todavía piensas en mí” y para que “cuando llegues a casa y me encuentres durmiendo/ te des cuenta de cuánto me importas todavía”. “Stop”, con su sencillo riff de inspiración fifties y un estilo cercano al spoken word, es un muestrario de culpas propias y ajenas, de deseos y reproches con frases de sinceridad hiriente como “siento que tus sueños y esperanzas no funcionaran como tú planeaste/ puedo aceptar toda la culpa por eso/ pero creo sinceramente que lo que tuvimos fue algo precioso…”. Pornografía emocional de muchos quilates, no hay forma de explicar mejor el dolor con palabras más sencillas.

(Ira)El bloque central es el más movido del lote, y muestra a un hombre airado tras darse de narices con la derrota. Odio al hecho de que el resto del mundo siga enamorándose (“Too much love”: ¿Dominique A?), odio a todos los hombres que, de una forma u otra, le sustituirán (“Mr. Last Week”), odio a tener miedo a estar solo. Un bloque estimable pero…

(Negociación, depresión)… es que el final del disco es casi perfecto. Tres rodajas de country-soul a corazón abierto que comienzan con una enumeración de actos cotidianos absolutamente vacíos por culpa de la ausencia (“When you’re coming home”), un demoledor recuerdo de ese último beso que nunca avisa de su condición (“After this night”) y, para acabar y derretirse definitivamente, “Bottle and hotel”, una canción que, según cuenta su autor, salvó un matrimonio (desafortunadamente para él, no el suyo), y no me extraña. Una súplica de una fragilidad y una tristeza infinita para terminar con el que, como diría N.V., probablemente será “el polvo más triste del mundo”.

Oyendo este disco, no puedo evitar acordarme de una de mis frases favoritas del Dr. Wilson: “Parecer miserable no te convierte en alguien más interesante, simplemente te hace parecer miserable”. Y no puedo estar menos de acuerdo. Sólo para melancólicos patológicos. 9

Enlace: MySpace de Harlan T. Bobo

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jueves, 26 de octubre de 2006

Un café con sol

Estaba yo empezando a redactar una entrada sobre el último y no el mejor candidato socialista a las elecciones municipales de Madrid hoy que tenía un rato libre, pero como no hay mucho que decir, pues me temo muy mucho que Gallardón volverá a ganar por goleada, cuando vi lucir el sol a través de un recoveco de una ventana que alcanzo a ver desde mi puesto de trabajo y entonces me decanté por salir a la calle, darme un pequeño baño de sol y tomarme un café. Ya en el garito en cuestión, me entretuve un rato mareando a la solícita camarera acerca de los diferentes desayunos ofertados, así como sus precios cuando, tratando de esquivar la gula que me pedía incesantemente una barrita con tomate y aceite, recordé que hoy tenía mi cita semanal con JA y nuestro festín gastronómico a base de un contundente menú del día. Así que me contuve y me contenté con un café con leche en taza, harto ya como estoy de los insulsos e insípidos cafés de máquina a los que me acostumbré, acompañado de un par de cigarrillos fumados con gran deleite y sin prisa, mientras pensaba en lo bien que me encontraba, en el luminoso día que prometía ser, o en su defecto, en la venidera desaparición de las tan necesitadas lluvias para los próximos días. Y me encontraba extrañamente tranquilo y feliz. Supongo que me ayudaba pensar que mañana no trabajaré y que tendré el viernes para preparar e iniciar una nueva etapa en mi vida.

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miércoles, 25 de octubre de 2006

Premios Ondas 2006.

No hay nada como juntarse de vez en cuando con los amiguetes, comerse unos canapés, beberse unos gin-tonics y darse unas palmaditas en la espalda en plan exaltación de la amistad. En Radio Barcelona lo saben bien, y por eso cada año dedican un merecido homenaje a los colegas en forma de premios, en un ejercicio de endogamia ligera conocido como “Premios Ondas” y que va ya por su quincuagesimotercera edición.

Sólo hay que ver la lista de premiados para darse cuenta de la magnitud del acontecimiento. Premios en radio para Pablo Motos (que, casualmente, tiene un programa en Cuatro), en televisión para Buenafuente (que, casualmente, colabora en el programa de Carles Francino) y un listado de premiados en el apartado musical que valora de forma especial el riesgo y se muestra totalmente atento a las últimas tendencias, constituyendo un referente para todo melómano que pretenda denominarse a sí mismo como tal. Este año, por su contribución al hacer avanzar unos pasitos el noble arte de la música, se reconoce la estimable labor de Ana Torroja que, en un acto de valentía e imaginación sin parangón y sin ninguna concesión a la nostalgia ha decidido hurgar en su baúl de los recuerdos y remozar todos los clásicos de su grupo nodriza para hacerlos accesibles a esas nuevas generaciones que, desgraciadamente, no pudieron vivir in situ la época dorada del grupo más grande que ha dado jamás este país; el rigor artístico de David Bisbal, cuyo disco “Premonición” presenta la gran innovación de que se ha puesto un sombrero; y la gran labor de difusión del “nuevo cansautorismo flamenquillo” del insigne David DeMaría, cuyo disco “Caminos de Ida y Vuelta” ha conquistado los corazones de madres e hijas a lo largo de su extenso recorrido (se publicó el 3 de octubre). Y, last but not least, el incombustible Miguel Rios, el Bob Dylan patrio, un hombre que a lo largo de los últimos 30 años no ha dejado de estar de actualidad, y cuyos nuevos discos provocan una gran algarabía entre público y crítica. Sin duda, el premio más merecido. Enhorabuena a todos los premiados.

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martes, 24 de octubre de 2006

Yo soy la Juani.

Ya he ido a ver Yo soy la Juani. La película, no me lo negaréis, es el estreno de la temporada. Y no sólo porque el casting haya estado en boca de todos, qué va. En mi opinión, Bigas Luna regresa a la cartelera apuntando muy alto. Nos promete un retrato generacional, un torbellino sexual, un cuento de princesas, un estilo posmoderno y millones de cosas más. ¿Quién puede resistirse ante tanta tentación? Yo, desde luego, he caído en la primera semana. Por fortuna para vosotros, además: ahora sólo tenéis que leer mis sabias observaciones para decidir si os apetece imitarme.

1-. Retrato social.

Supongo que lo habréis visto en millones de reportajes: Yo soy la Juani es un retrato del mundo del tunning. Bigas Luna no tiene un pelo de tonto y sabe que si en algo ha destacado hasta ahora ha sido filmando a garrulos. Lo cual, en mi opinión, es algo muy respetable. En este país parece que sólo mola hacer películas sobre progres, travestis o raritos tiernos, así que se agradece algún que otro paseo por el lado rústico de la vida. Hasta ahí, por tanto, bien. El problema es que el retrato de Bigas resulta edulcorado. Sí, hemos visto coches con pegatinas y hemos escuchado a Chimo Bayo, pero nos ha faltado una dosis mínima de realidad. No quisiera parecer prejuicioso, pero las Juanis que yo veo por Madrid –y sus colegas- se pasan el fin de semana fumando porros, haciendo botellones y metiéndose rayajos p’al cuerpo. ¡Y los protagonistas de esta película ni siquiera fuman tabaco! ¿Qué ha pasado? ¿Nos ha dado miedo cruzar la raya de lo políticamente correcto? Sinceramente, en un país donde el botellón está en cada esquina, lo menos que cabría esperar de un retrato del adolescente sería, por lo menos, ver a chavales bebiendo un litro de cerveza. Todo lo demás, por mucho que Bigas Luna se las dé de atrevido, es un pastelillo para madres y políticos autocomplacientes.

2-. Alto voltaje sexual.

En España, donde uno de cada tres directores es un pajillero, Bigas Luna sería el gran depravado. Filmó Las edades de Lulú (1990), convirtió a Javier Bardem en un semental ibérico y hasta practicó algo parecido a la zoofilia en Bámbola (1996). ¿Quién da más? El suyo es, definitivamente, un cine que gusta de carnes trémulas. Y Yo soy la Juani nos llega como otra vuelta de tuerca al mito del polvo español, sudoroso, vulgar e inolvidable. El equipo de producción se pasó un montón de meses buscando a la actriz perfecta para encarnar a esta nueva SUPERHEMBRA. Hubo castings en internet, reportajes en prensa, centros comerciales llenos de candidatas y, sobre todo, miles de cerebros enfermos que, alentados por tanto alboroto, se pusieron a imaginar lo que llegaría después. Para que nos entendamos: Yo soy la Juani prometía ser más potente que el viagra, y perdonen ustedes la vulgaridad. ¿Lo ha conseguido? Ni de coña. Verónica Echegui, más que una tía buena, es una chica guapa y punto. Muy guapa, de hecho (se parece muchísimo a Natalie Portman). Pero que estén tranquilos los curas, que nadie va a sudar viéndola con su novio. Para empezar, Dani Martín está fofo y ni siquiera nos enseña el culo. Y para terminar, como decíamos antes, estos jóvenes son tan falsos que ni siquiera tienen las hormonas revolucionadas. Absténgase, pues, los que sólo buscan el morbo, que esto es serio.

3-. Cuento de princesas.

Si no lo habéis leído ya, yo os lo cuento: la Juani quiere ser actriz. A partir de este planteamiento tan, tan, tan original, Bigas Luna ha reelaborado el cuento de la Cenicienta. ¿Y qué significa eso? Fácil: que uno se pasa la película rumiando el déjà vú. ¿Os acordáis de Pretty Woman? Pues más os vais a acordar. Yo, que tengo mi pasado oscuro, me acordé incluso de La casa de cristal, ese programita pseudo-psicoanalítico que Cuatro emitió el verano pasado. Si no habíamos tenido suficiente con las ñoñísimas putas filósofas de Fernando León, aquí tenemos más soñadoras cursis. Y claro, igual que sucedía en Princesas, el enemigo masculino destaca por su nauseabunda mezquindad. Sólo por ver el sutilísimo retrato que Bigas Luna construye de un famoso futbolista, lo juro, merece la pena escoger esta película.

4-. Alegato feminista.

Leed el título otra vez: Yo soy la Juani. Que a nadie se le escape que esta película pretende ser un desafiante alegato feminista. La única protagonista de esta historia es la Juani, con sus miedos, sus sueños y sus cojones (es un decir). Y probablemente en este aspecto sea donde mejor funciona la cinta. No voy a entrar en debates estériles sobre si las mujeres se vuelven histéricas cuando entran en Mango o no. Lo interesante de Yo soy la Juani es que no sólo se acuerda de Cenicienta, sino también de La Bella y la Bestia. Afortunadamente para vosotros, soy un cinéfilo muy sensible a los spoilers. A buen entendedor…

5-. Cine posmoderno.

Para terminar, no quisiera marcharme sin contar cómo está filmada la historia. En su afán por entregar la gran película generacional de lo que va de siglo, Bigas Luna también ha prestado antención a la forma. Yo soy la Juani se nutre por igual de estéticas urbanas y adolescentes, desde graffitis y hip-hop hasta video juegos. El resultado es contundende como los bajos de un coche tuneado, pero se resiente de un cieto tufillo a video-clip. La clave está en determinar hasta qué punto eso es bueno o malo, coherente o efectista. Si de repente la Mala Rodríguez rapea directamente a cámara... ¿qué tenemos? ¿Un enriquecedor guiño al musical? ¿Un documento sobre quién es quién en el rap español de hoy? ¿O simplemente un pegotazo que no pega ni con cola?
Eso, queridos, lo dejo para vosotros.

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Novedades en La2

Quiero llamar la atención sobre una propuesta novedosa por la que ha apostado La2, en mi opinión uno de los mejores canales de los que podemos disfrutar.

Ayer se inauguró el nuevo formato de “La2 Noticias”, ese espacio que Lorenzó Milá protagonizó varias temporadas y que introdujo un nuevo concepto de informativo, prestando atención a noticias de impacto nulo en otros telediarios. Se emite a las 21.50 de la noche todos los días en La2 de Televisión Española.

La apuesta de La2 es un informativo interactivo, en el que los ciudadanos puedan participar y enviar sus propias noticias, simplemente grabando un reportaje y enviándolo a la cadena. Algunas de las noticias recibidas serán emitidas en el informativo de la noche. Dentro del espacio informativo se incluirá “Miradas 2”, otro de los programas innovadores de la cadena pública.

Para curiosear sobre el tema sólo hace falta que echar un vistazo a su web:

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lunes, 23 de octubre de 2006

Grandes palabras: esquirolear

Debe ser muy duro hacer una huelga de hambre en una fábrica de pan, ¿verdad?, pero hay quien no se lo ha pensado dos veces, por ejemplo, los trabajadores de Panrico. También hay otros que no han resistido esta paradoja: son los que les están esquiroleando, palabra que por supuesto nuestra RAE no tiene en su catálogo. Se trata de una verbalización de la palabra esquirol, por todos conocida y a la que añado un dato: viene del catalán. Ya está, ya sabemos que esquirolear es hacer el esquirol, es decir, ocupar el puesto de un huelguista. De todas formas, veremos qué vida va teniendo esta palabreja.

RAE
esquirol
(Del cat. esquirol, y este de L'Esquirol, localidad barcelonesa de donde procedían los obreros que, a fines del siglo XIX, ocuparon el puesto de trabajo de los de Manlleu durante una huelga).
1. adj. Dicho de una persona: Que se presta a ocupar el puesto de un huelguista. U. t. c. s.
2. adj. despect. Dicho de un trabajador: Que no se adhiere a una huelga. U. t. c. s.

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miércoles, 18 de octubre de 2006

Grandes personajes: Jack Bauer

Jack Bauer es el único superhéroe posible en el mundo post 11-S. Ya no hay capas ni mallas de colores, sólo una voluntad de hierro forjada con un patriotismo inquebrantable. Ya no hay enemigos mutantes ni venidos del espacio exterior: los supervillanos vienen ahora de desiertos remotos y montañas lejanas, y sus planes son algo más modestos que dominar el mundo.

Para los que no lo sepáis, Jack Bauer es el protagonista de 24. Jack Bauer trabaja - cuando no ha sido expedientado, expulsado o intentado asesinar por sus compañeros y/o superiores – en la Unidad Anti Terrorista (UAT) de Los Angeles, una organización ficticia encargada de desbaratar los maléficos planes de un puñado de villanos básicamente extranjeros. En eso sí se han mostrado bastante ecuánimes los guionistas de 24: no sólo son árabes (aunque sí la mayoría), también hay separatistas rusos, serbios, narcotraficantes latinoamericanos o macabros chinos. Ni un Unabomber ni un Tim McVeigh que llevarse a la boca. Jack Bauer es un patriota. Moriría por su país. Qué coño, ya ha muerto dos veces por su país. Y eso le ha cabreado todavía más. Jack Bauer ha matado a 112 personas en las 120 horas de su vida que hemos presenciado. Para Jack Bauer, Ginebra es una bebida. Y punto. No le tiembla la mano a la hora de torturar a cualquiera que tenga un solo bit de información, a cualquiera que haya comprado el periódico en el mismo kiosco que un sospechoso de terrorismo, a cualquier perito que haga movimientos raros. Ha llegado a torturar al ex-marido de su novia, a mirar hacia otro lado mientras sus compañeros torturaban a su novia por culpa de una información falsa dada por un megavillano y ha disparado a las rodillas de las mujeres de sus enemigos. Pero Jack Bauer también sufre. Su misión se ha llevado por delante a muchos de sus seres queridos, desde su mujer Teri a su hija Kim, harta de que el trabajo de papá casi le cueste la vida cada par de horas. Ser amigo de Jack Bauer y estar vivo son actividades prácticamente incompatibles. Para Jack Bauer, las necesidades fisiológicas son una debilidad. En 120 horas no se conoce que haya orinado, defecado o tomado un tentempié. La propia vejiga de Jack Bauer tiene miedo de Jack Bauer. El continuo espacio-tiempo tampoco es un problema para Jack Bauer. O los terroristas son como muy de barrio, o Los Angeles no es mucho más grande que Albacete: Jack Bauer no tarda más de 20 minutos en llegar en coche a ningún sitio. Sólo con un móvil, un coche y una pistola, Jack Bauer ha desbaratado 5 ataques terroristas perfectamente organizados. Jack Bauer es, en definitiva, el puto amo.

La serie

Hay dos maneras de acercarse a 24: como puro entretenimiento televisivo o buscándole las vueltas políticas. En el primer caso, 24 es uno de los mejores productos que ha parido la televisión en los últimos años, un auténtico carrusel de emociones, un mecanismo de relojería perfectamente engrasado. Cada uno de sus capítulos se come por las patas a cualquier película de acción perpetrada por Hollywood. En el segundo caso, ya hay que ser más cauteloso. Jack Bauer es el sueño húmedo de todo neo-con. John McCain, senador republicano veterano de Vietnam (donde fue torturado durante 6 años) se ha declarado fan de la serie, e incluso hizo un cameo en el séptimo capítulo de la quinta temporada. Para aplacar un poco las críticas, los guionistas empezaron a meter con calzador a árabes buenos, a americanos malos de la muerte que actúan de autores intelectuales y a presidentes de moral dudosa. Quizás el tiro les salió por la culata, ya que la serie ha pasado de ser una especie de publirreportaje sobre los beneficios de la Patriot Act a convertirse en un alegato en favor del poder del individuo frente a una maquinaria estatal estúpida y malvada. Y esa idea triunfa en ciertos campos de tiro de Arkansas. En todo caso, mi consejo es quitarse todo prejuicio y verla de la primera forma, porque una cosa es cierta: como serie de acción y aventuras no tiene rival. Un delicioso placer culpable.

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martes, 17 de octubre de 2006

Los gatos de Estambul.

En mi vida he estado en un sitio con tantos gatos como Estambul. Allá donde mires hay un gato: en una tienda, en un cementerio, en un árbol. Y siempre tan tranquilos, además. El tópico del gato que se rasca la barriga se cumple a rajatabla en esta ciudad. Puedes pasar a su lado y ni siquiera se inmutan. Yo, como soy un fotógrafo muy lento, saqué un gran partido a esta circunstancia. Hice muchas fotos de gatos, pero sólo voy a enseñaros ésta. Me gusta el contraste entre el animal tranquilo y el cartel que hay detrás. En el mismo instante en que él dormitaba y yo hacía turismo, Israel estaba bombardeando el Líbano.

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lunes, 16 de octubre de 2006

San Onofre.

No lo puedo evitar: me encantan los santos. Hay quien se divierte con los actores, los futbolistas o los políticos, pero yo lo hago con los santos. Y no porque sea creyente, qué va. Con todos los respetos, a mí lo que me gusta es buscarlos en las iglesias y jugar a identificarlos. O investigar sus historias, que casi siempre son sencillas, escabrosas y muy jugosas.

Mi último gran descubrimiento es éste: San Onofre. Nos conocimos en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y desde entonces somos grandes amigos. Lo primero que me llamó la atención de él, como supondréis, es que tenga una pinta tan rara. Pero claro: resulta que el tío se pasó sesenta años viviendo en el desierto de Egipto, vestido sólo con su propio pelo y hablando con un cuervo. ¿Qué otra pinta iba a tener? Lo único que comía eran los dátiles de una palmera (famoso remedio contra el estreñimiento, no lo olvidemos) y unos pedazos de pan que le traía el cuervo. En la Edad Media estaban encantados con este tipo de personajes, a los que llamaban Hombres Salvajes. En el fondo -supongo- les fascinaba imaginar hasta qué punto podíamos acercarnos a la bestia que llevamos dentro. La escultura de San Onofre que hay en Valladolid es bastante sobria, pero a veces llegó a estar a cuatro patas, como un mono. Lamentablemente para nosotros, ésa es una imagen poco frecuente que no suele verse en nuestras iglesias.

Más allá de las apariencias, sin embargo, lo que a mí me enternece de San Onofre es que siempre fue un perdedor. Antes de nacer, por ejemplo, un demonio le chivó a su padre que no era hijo suyo, y el padre, ni corto ni perezoso, lo tiró directamente a la hoguera. Este incidente sería el primero de una larguísima serie de descalabros: cada vez que parecía que iba a mejorar, lo único que conseguía era estrellarse todavía más. ¿Sabéis lo que le pasó después de sobrevivir al fuego? Pues que tuvo que ser amamantado durante años por una cierva blanca. ¿Os lo imagináis? ¡No me sorprende que disfrutase tanto con los dátiles del desierto!

Al cabo del tiempo nuestro hombre se hizo anacoreta. En aquella época, hacerse asceta te daba mucha popularidad. San Simeón el Estilita, sin ir más lejos, tuvo que vivir en una columna para escapar de toda la gente que iba a visitarle. Pero Onofre, como os decía, estaba gafado: ni siquiera viviendo en el desierto consiguió hacerse notar. La única persona que pasó cerca de él, un tal Pafnucio, se asustó tanto al verlo que se fue de allí por patas. En un patético esfuerzo por conseguir la santidad, el viejo peludo tuvo que perseguirlo a través del desierto y convencerle de que no era un monstruo sino todo lo contrario: un hombre de bien.

Después de muerto, Onofre logró su objetivo y tuvo por fin un hueco en el santoral. Pero el muy desgraciado estaba marcado y el destino todavía tenía una última calamidad -la más gorda de todas- reservada para él. A pesar de que se había pasado toda la vida luchando contra las pasiones y las tentaciones del cuerpo, los católicos no supieron entender su ejemplo. En cuanto las historias de viejos feos y solteros dejaron de ser bonitas, la gente le buscó un equivalente femenino, una especie de novia: Santa María Egipciaca. El pobre Onofre probablemente se retuerza hoy bajo tierra: no sólo le obligan a sufrir una inmortalidad contraria a su principio de celibato, sino que encima le dan como compañera a una vieja fea. Ya puestos, podían haberlo emparejado con alguna bella virgen adolescente, ¿no?

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miércoles, 11 de octubre de 2006

Los edukadores

La vi ayer en DVD y me sorprendió. Reconocí las calles por las que circula la furgoneta, los estampados del asiento de autobús en el que viaja Jan y también cuando comentan los trapicheos de un turco de Kreuzberg. Hablo de Los edukadores y de Berlín, ciudad en la que transcurre la historia. En esta película, en la que tres jóvenes creen luchar por salvar unos ideales más que su propio pellejo, a pesar de que se pueden oír frases tan conocidas por todos como que no importa quién inventó la pistola, sino quién aprieta el gatillo, o nunca me he sentido dentro del juego, siempre he sido una observadora, consiguió quitarme el sueño anoche. Y es que "Tienes demasiado dinero", es una frase que no tranquiliza mucho ¿verdad? A quién le hay picado que mire por la red a ver qué encuentra, yo no digo más.
Magapola

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martes, 10 de octubre de 2006

Rockdelux y la pedantería.

¿Cuántas veces habéis discutido con alguien sobre la supuesta pedantería de Rockdelux? Muchos de vosotros pensaréis que es una discusión estéril, que al final todo depende del gusto de cada uno, ¿verdad? Pues estáis equivocados: la pedantería es un fenómeno perfectamente detectable. Es más: los pedantes actúan siempre conforme a un patrón muy sencillo, y tan sólo hay que estar un poco alerta para dar con él. Me he leído el número de octubre en busca de un buen ejemplo y al final he dado con uno perfecto: la crítica de Alatriste. Os invito a que la repasemos juntos para encontrar los trucos del pedante.

Por supuesto, empezamos por el principio. Como todos sabréis, la película se ha criticado mucho por haber adaptado los cinco libros, ya que la historia resulta demasiado enrevesada y no se entiende nada. Pues bien, según nuestra revista favorita eso es una muestra de “valentía”. O lo que es lo mismo: de cojones. ¿Conclusión? En el mundo pedante, cuanto más ambicioso sea el proyecto, mucho mejor. Si luego no se entiende nada, siempre podemos decir que la película atiende a una narrativa que “no se empeña en explicarlo todo”. ¡Por supuesto! ¿Para qué hacerlo? ¡El verdadero pedante entiende sin que le expliquen! Habrá, claro, quien opine que la película está llena de “agujeros”, pero Rockdelux sabe qué tipo de personas son ésas: ignorantes. Lo que esos idiotas confunden con “agujeros”, en realidad se llaman “elipsis”. Regla básica para los pedantes: pon nombre a las cosas y no tendrás que explicarlas; todo el mundo pensará que si has usado la palabra es porque comprendes el concepto.

También he escuchado a muchos quejarse de que la película no tiene batallas. Evidentemente: si Alatriste “no prioriza las escenas de acción” es, de nuevo, porque se trata de una película “valiente” que “evita caminos trillados”. El gran enemigo de los intelectuales es el entretenimiento: para ellos, como vimos, el placer sólo se obtiene sufriendo. Por eso los pedantes tienen millones de recursos con los que atacar a los que defienden el cine de acción. Lo más fácil, ya lo decíamos antes, es utilizar una palabra clave que cierre la boca a los demás. Y en este caso esa palabra mágica es “efectista”. Ahora bien: si eres un verdadero pedante, lo que tienes que hacer es completar tu argumento citando a algún autor chungo, preferentemente francés. Para ilustrar estas reglas volvemos a Rockdelux: “Alatriste está más cerca de Bernard Tabernier que de Ridley Scott: es real y física, no efectista”. ¿Os dais cuenta? Que levante la mano quien se atreva a llevar la contraria a alguien que te dice algo tan profundo y erudito.

No quisiera terminar sin describir el recurso más rico y literario de todo pedante: el epíteto. Si quieres que tu opinión parezca sólida, usa adjetivos. Los mayores disparates parecen cosas serias si se utiliza el adjetivo adecuado. Por ejemplo: ¿quieres defender a Viggo Mortensen? Basta con que digas que su interpretación es “apesadumbrada y lacónica”. Y si alguien te replica, acude al cripticismo, otro gran amigo: “Viggo Mortensen dota de misterio y profundidad, incluyendo el extraño acento, a un personaje que hace suyo”. El acento de Alatriste no es ridículo, como pensábamos, sino “extraño”, y si no le entendemos no es porque sea plano, sino porque es “misterioso”.

¿Habéis tomado nota?

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lunes, 9 de octubre de 2006

Perdidos.

DÍA 1.

Viernes, 19.41. Voy a hacer un experimento: ver la primera temporada de Perdidos en un solo fin de semana y escribir cómo es. Paso a paso, episodio a episodio. Casi 20 horas de televisión seguidas. No sé nada de la serie, pero quiero contarlo todo. Si alguien siente curiosidad por la historia y no la ha visto, que no siga leyendo.

Capítulo 1.

Termina el primer episodio. Las bases se van sentando: un accidente de avión; casi 50 supervivientes en un lugar que parece una isla. Jack, el protagonista, es un doctor con capacidad para el liderazgo y los músculos. Juan a él, Kate, guapa y con personalidad. Y una presencia misteriosa que los amenaza a todos. La serie es de miedo, no sé si podré verla.

Capítulo 2.

El capítulo dos es mucho más psicológico. Los personajes sospechan cosas raras los unos de los otros. Es fascinante cómo un único elemento, un par de esposas, puede generar la paranoia. Al final se descubre que Kate iba prisionera antes de que el avión se estrellase. ¿Por qué? Iba a salir a correr por el parque, pero prefiero seguir mirando.

Capítulo 3.

Otro capítulo visto. Empiezo a sentir que ya no sé en cuál pasó qué cosa. De momento ya tenemos muerto al tipo que perseguía a Kate, y ella es libre. Todos los personajes parecían sospechosos de algo hasta el final. El episodio termina con una especie de videoclip feo sobre el “buen amor”. Se redimen todos menos uno, el calvo. Ahora todas las sospechas caen sobre él.

Capítulo 4.

He aquí un ENORME personaje: John Locke. Acaban de mostrarnos que era inválido y se curó milagrosamente después del accidente. Sin embargo, no sé qué oculta. ¿Bueno? ¿Malo? De momento es el mejor. Son las 22.40. Voy a hacer una pausa para cenar algo. Bueno, mejor no. Mejor empiezo con el segundo disco.

Capítulo 5.

Hasta ahora, el peor capítulo. Jack busca a su padre como en la peor película con trasfondo psicológico. Locke habla sobre magia. Supongo que el propósito es dejar claro por qué Jack asume el liderazgo. Espero que no se les vaya de las manos. Voy a cenar.

Capítulo 6.

La serie pierde fuelle. Casi todo el capítulo giraba en torno a la china. Empiezo a cansarme de esta estructura en plan “vamos a saber ahora la historia de este otro personaje”. Cada vez hay menos misterio, además. El único avance es que se han formado dos grupos: en las cuevas y en la playa.

Capítulo 7.

La cosa se va al garete. Locke ha perdido su misterio para convertirse en una especie de psicólogo de los bosques. Jack ha estado a punto de morir. Yo cruzaba los dedos para que así fuese, pero no ocurrió. El único personaje que huele a chamusquina ahora es el paleto, pero es demasiado chungo como para resultarme interesante. ¡Y encima el capítulo tiene moralina anti drogas!

Capítulo 8.

Aquí todo el mundo tiene un trauma de bolsillo de atrás del pantalón. Sawyer ha resultado ser un personaje casi shakesperiano, buscando al hombre terrible en que se ha convertido… para matarle (y matarse). Lo mejor es que Kate empieza a ser ambigua, aunque sólo lo sea en lo sexual. ¿Le gusta Sawyer? No me extrañaría: Jack es un pesado. El iraquí ha sacado lo peor. ¡Uf!

Capítulo 9.

¡Lo que me faltaba! ¡Ahora resulta que el iraquí ha renegado de su país porque tenía un ejército sádico y malvado! ¡Y Jack hace las paces con Sawyer! ¿Qué más pide el público americano? Son las 02.30. Me acuesto.

DÍA 2.

11.00. Anoche me acosté cansado. La serie me parecía cada vez más convencional, la estructura menos llamativa. Pensé que los personajes se harían más inquietantes a medida que avanzase, pero ocurrió justo lo contrario: que todos son buenos. A ver qué pasa hoy.

Capítulo 10.

¡Yuju! ¡Todo lo que pensaba ya no tiene sentido! La trama vuelve a ser inquietante. De repente han descubierto que uno de los habitantes de la isla no iba en el avión. El bebé que espera Claire es una especie de bomba de relojería. Hay magia y misterio otra vez. ¡Bravo!

Capítulo 11.

Bien, bien, bien. La cosa mejora. La muchacha que tiene al “bebé del futuro” ha sido secuestrada. Ya no sólo tenemos a una panda de náufragos traumatizados: ahora tenemos otros tipos que son malos. El yonki ha estado a punto de palmarla pero ha sobrevivido. Yo hubiese preferido que muriese.

Capítulo 12.

Retomamos el turbulento pasado de Kate y la cosa se pone jugosa. Tengo la impresión de que la serie se mueve en ciclos, de que cada cierto tiempo se retoman las historias para ir desvelando más datos. Me gusta que todo haya sido concebido de forma global.

Capítulo 13.

¡Incesto! ¡Homosexualidad! Boome ha resultado ser un auténtico pozo de ambigüedad sexual. Lástima que su hermana no muriese en realidad, que fuese todo una alucinación. Los capítulos siguen centrándose en un personaje y su pasado, pero se sugieren cada vez más historias. ¿Qué hacía Sawyer en la comisaría donde Boome denunció los malos tratos de su hermana?

Capítulo 14.

¡Me gusta! El niño negro es una especie de Jedi y la chica embarazada aparece al final del capítulo, dejándonos intrigados. ¡Estoy enganchado!

Capítulo 15.

Odio los traumas. Los odio de veras. En la isla resulta que todos quieren ser hermanitas de la caridad porque tienen un trauma, porque alguna vez, en su vida anterior, le fallaron a alguien. La serie no sale de este esquema. ¡Y encima han matado a Ethan, la única posibilidad de seguir inquieto!

Capítulo 16.

En esta isla no sólo hay conflictos de psicoanálisis barato, sino que además la conciencia puede adoptar las formas más chungas. Sawyer persigue a un jabalí para liberarse de la culpa. Jack sigue siendo tan repelente como siempre. Me voy de compras al supermercado. Son las 17.00.

Capítulo 17.

Je, je. Estaba empezando a enfadarme de veras con el final del episodio, cuando Hurley se pone los cascos y todo el mundo es feliz, y entonces se ha quedado sin pilas. Buen chiste.

Capítulo 18.

He aquí un número maldito y la historia de Hurley. Me gusta la idea de que todas las vidas se cruzasen antes del accidente. Seguro que nadie me va a creer, pero JURO que yo vi a Hurley en la televisión cuando el coreano entró en la casa del tipo al que iba a “dar un aviso”.

Capítulo 19.

No hay palabras. Locke empieza a quedarse inválido otra vez y la escotilla que trataba de abrir promete ser algo parecido a una nave espacial. ¡Bravo!

Capítulo 20.

¡Dios mío! Boone muere y nace un bebé. ¡Y Jack sale en busca de John Locke porque piensa que le mató!

Capítulo 21.

Nadie se fía de Locke, sólo yo. La sub-trama ha sido estúpida y obvia porque iba sobre terroristas. ¡El pasado de Sayid parece escrito por Bush!

Son las 22.00. Me voy a dar una vuelta.

(…)

Son las 04.00. Vuelvo a casa y no puedo evitar la tentación. Necesito una dosis.

Capítulo 22.

Todo el capítulo en torno a Kate. La gente quiere ocupar una plaza en la balsa. ¿Quién saldrá? ¿Cómo conseguirán los guionistas retener en la isla a sus personajes? Lo mejor, sin duda, los poderes del pequeño jedi negro.

Capítulo 23.

Dios, estoy llorando. Los de la barca han abandonado la playa y ha sido muy emotivo. En la jungla, Jack y los otros han encontrado “la roca negra”. Pero tengo demasiado sueño…

DÍA 3.

12.45. Sólo faltan dos episodios. No quiero que esto se acabe.

Capítulo 24.

¡Argh! La francesa loca se ha llevado al bebé y los protas guays atraviesan el “territorio oscuro” cargados de dinamita. ¿Lo mejor? La aparición de un personaje nuevo sólo para hacer que vuele por los aires después. Está claro que aquí no se van a cargar a ningún protagonista.

Capítulo 25.

FIN. La temporada se acaba. Pensé que me quedaría más en suspenso, pero no ha sido para tanto. Eso sí: seguiría viéndolo ahora mismo.

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viernes, 6 de octubre de 2006

Camisetas

No recuerdo dónde leí que una revolución acaba cuando se empiezan a hacer camisetas con sus consignas. Si el Che levantara la cabeza, probablemente se sorprendería al ver como se ha convertido en LA camiseta del siglo XX, ideal tanto para perroflautas como para clases medias que presumen de conciencia social o chavales que quizás nunca supieron que aquel señor cuya foto lucían en la pechera no era el cantante de Rage Against the Machine.

Todo esto viene porque ayer me sorprendí bastante al pasar a un Pull & Bear y ver en su nueva colección camisetas de grupos tan dispares como los Smiths, Motorhead, Sex Pistols, Ramones, The Who o Led Zeppelín. ¿Democratización o banalización?. Llevar camisetas de grupos siempre ha tenido una fuerte componente de autoafirmación, de diferenciación o conciencia de grupo y búsqueda de miradas cómplices, de decirle al resto del mundo “yo estuve allí” o “cómo molo, que me gusta este grupo”. No sé cómo les sentará a los fans de The Smiths, tan celosos de su pleitesía, que ahora la gente lleve las camisetas de su grupo bandera sólo porque, según Inditex y el EP3, es cool parecer rockero. Gente que ni siquiera sabe quién es Morrissey o nunca ha oído una canción del grupo y que han elegido esa camiseta como podían haber elegido una cualquiera de la colección africana de la temporada pasada. John Lydon dijo que el punk había muerto el día que el primer chaval se puso un imperdible para imitar a sus ídolos, pero poder comprar una camiseta de Sex Pistols, The Clash o Ramones en una tienda de Inditex es realmente mearse en su tumba. Pero bueno, supongo que tampoco hay que tomárselo tan en serio, en el fondo es mucho mejor que la gente lleve camisetas de buenos grupos (¿se interesarán al menos en oírlos?) a otras que ves por la calle y que, cuando menos, producen una cierta aprensión. Y, como es viernes y no me apetece mucho trabajar, me he puesto a pensar en esas camisetas que, queramos o no, nos definen de una forma extraña y me ha salido una lista y todo. Es una opinión personal y estúpida fruto del aburrimiento y sin ningún ánimo de ofender, que conste…


1. Las camisetas divertidas. Si eres un tipo de natural jovial, ligeramente borrachín y/o aficionado al tabaco loco, El Jueves te parece humor fino y quieres comunicarte sin palabras en los bares, ésta es tu camiseta. A nivel formal, las hay de dos tipos: las de mensaje plano (“Demasiado sexo nubla la vista”, “Dónde está mi cerveza”), y las que trasfiguran los logos de alguna marca conocida para darles un doble sentido generalmente drug-friendly (“adidash”, etc.). A nivel de contenido, se centran en tres grandes temas: el alcohol, las drogas (muy en especial la marihuana) y el sexo (con la del ingenioso juego de palabras FBI como siglas de Female Body Inspector a la cabeza). Para partirse la caja.
2. Las camisetas del “top manta”. Nunca he sido muy partidario de llevar marcas: si voy a anunciar un producto, lo lógico sería que me pagaran en vez de tener que gastarme yo una pasta. Pero lo que ya me parece más triste es comprarse el Tomi Jilfiguer o el Lacós en una manta: por si no lo sabéis, se nota. Y eso hay mundos que no lo perdonan.

3. Las camisetas de dibujos animados. También con dos variantes principales: las de los Simpsons, muy cercanas a las del primer apartado, y las de los Looney Tunes, ñoñas hasta el dolor, en especial las de ese horrible pájaro cabezón llamado Piolín, ideales para regalar a adolescentes enamoradas que lubrican almíbar. Para ellos, y casi peores aún, las del demonio de Tasmania o el pato Lucas vistiendo los colores de diferentes equipos de fútbol. Terribles.
4. Las camisetas deportivas. Todavía conservo en la retina la imagen de una chica vestida un sábado por la noche con una camiseta del centenario del Barça con hombreras, bien metida dentro de los vaqueros y con sus taconazos, toda ella elegante a la par que forofa. Si vestirte con los colores de un equipo de fútbol ya me parece raro (son empresas, es como ir con una camiseta de Orange o Vodafone), todavía me parece más horrible la nueva moda de las camisetas de Fernando Alonso. ¿Qué vais a hacer el año que viene con esas camisetas de bonito azul asturiano? Por lo menos a él le han pagado una pasta por vestirse así.
5. La joXQda camiseta de lunares de H&M. ¿Hay alguna mujer en España que no tenga esa camiseta? ;-)

Feliz fin de semana

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miércoles, 4 de octubre de 2006

Serpientes en el avión.

Por fin se estrena en España Serpientes en el avión (David R. Ellis, 2006), la última gran sensación de internet. El próximo 11 de octubre, además, cinco años y un mes exactos después de los atentados de Nueva York. Habrá quien vea el cartel y se horrorice, pero yo cada vez estoy más fascinado. La cinta ha sido considerada por muchos como “la mejor peor película del año”, y eso es decir mucho. No sé cuántas páginas aparecerán listadas en google si buscamos “mierda”, pero os aseguro que si tecleáis “snakes on a plane” os vais a cagar. Y es que la película ha causado furor en la red. Según parece hubo una primera versión circulando por ahí, una versión más sutil y cercana al espíritu de las películas de serie B de los años sesenta. Pero los internautas son gente retorcida y empezaron a presionar para que se elevase el tono, para que hubiese más carne y más sexo. Y la distribuidora, que no debe de ser tonta, les hizo caso. Se gastaron una fortuna en volver a rodar algunas escenas, pero consiguieron que la calificación subiese hasta ser sólo una película para adultos. Y el morbo se disparó. ¿Alguien ha oído hablar del “mile high club”? Al parecer es un club donde sólo hace falta un requisito para entrar: haber follado en un avión. Ahora, gracias a Serpientes en el avión, el club es mucho más famoso. ¿Quién se acuerda ya de Bámbola? Desde luego, Samuel L. Jackson me gusta mucho más que el pesado de Jorge Perugorría. Tengo entendido que su mejor frase en la película es “there are motherfucking snakes on this motherfucking plane”, desde hoy un clásico. Yo ya me estoy muriendo de ganas de escucharla. Y es que en esta película, queridos, no debe de sobrar una sola coma. Justo antes de estrenarla, a los productores se les pasó por la cabeza cambiar el título por el de Pacific Air Flight 121. Afortunadamente hubo alguien que señaló la grandeza, la contundencia, la exactitud y la capacidad de sugerencia de un título como Snakes on a plane, y al final se quedaron con él. Lo dicho: pura literatura. ¿Alguien viene conmigo a verla? En España, además, la cosa tiene un aliciente: ¡Elsa Pataky! Digo yo que después de rodar con Garci cualquier proyecto debe de ser apetecible, ¿no? Pues a ver cuándo la vemos, sindrogámicos.

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lunes, 2 de octubre de 2006

Grandes personajes: Jack Sparrow.

Esta tarde me he puesto mi camiseta de La Bella y la Bestia y me he dicho: voy a escribir algo sobre el cine de Disney. Ya está bien de pedanterías interminables que no interesan a nadie, carajo. Mucho mejor será hablar, por ejemplo, sobre el capitán Jack Sparrow, mi último gran descubrimiento. No me negaréis que en los últimos meses no habéis oído hablar de él, ¿verdad? Desde que se estrenó Piratas del Caribe. La maldición de la Perla Negra (Gore Verbinski, 2003), éste es sin duda uno de los personajes que más hondo ha calado en el imaginario popular. No tenéis más que introducir su nombre en el buscador de Google: hay más de cinco millones de páginas donde aparece. ¿Por qué? ¿Qué le hace tan especial, por qué todo el mundo quiere saber más sobre él? Algunos dirán que se debe tan sólo a las monumentales campañas de marketing que ha hecho Disney, pero yo no estoy de acuerdo. Detrás de esa apariencia de producto comercial se esconde un ser en verdad fascinante. Al menos, para mí.

Lo primero que llama la atención es que se trata de un personaje inclasificable en una película de género. Este tipo de cintas, como ya hemos discutido alguna vez, se construyen a partir de clichés que todo el mundo reconoce y disfruta. Jack Sparrow, sin embargo, no encaja en ninguno de ellos. De hecho, casi siempre resulta ser lo contrario de lo que esperábamos. Por ejemplo: es un capitán pero no tiene barco ni tripulación. La primera secuencia donde le vemos, además de magistral, resulta muy ilustrativa en este sentido. El director juega al equívoco con cada uno de los planos que utiliza para presentarle, anticipándonos una ambigüedad que será marca distintiva del personaje. No voy aquí a destrozaros estos divertidísimos engaños porque son memorables, pero está claro que funcionan como un recurso para describirnos su enigmática personalidad. Jack Sparrow se nos escurre entre los dedos desde el principio de la película, y ése es su primer truco para seducirnos.

Esta contradicción se aplica también a su papel de protagonista. Nuestro capitán, más que un héroe, es un antihéroe. Sus hazañas son siempre producto de la casualidad, la suerte o los trucos sucios. En la más pura estela de Han Solo, por poner un ejemplo fácil y universalmente admirado. Esta perversión del cliché heroico, sin embargo, no ha de tomarse a la ligera. Jack Sparrow sigue siendo un héroe, sólo que deformado. Todo héroe que se precie, por ejemplo, tiene que haber sobrevivido a la muerte. Ocurre con Han Solo -a quien congelan al final de El Imperio contraataca (1980)-, pero también con Frodo o con el mismísimo Jesucristo. En el caso de Jack Sparrow, él también es un resucitado: le abandonaron en una isla desierta y consiguió regresar. Eso sí, cuando averiguamos cómo lo hizo descubrimos que no hay en la hazaña una pizca de honor o heroísmo, sino todo lo contrario. Una vez más, se han burlado de nosotros.

Todo lo dicho hasta ahora, la volatilidad del personaje y su condición de superviviente, contribuyen a perfilar mi rasgo favorito de Jack Sparrow: es un fantasma. Ya lo advertía Geoffrey Rush en uno de los mejores diálogos de La maldición de la Perla Negra: “ésta es una historia de fantasmas”. Y el capitán es el más grande de todos. Desde el principio tenemos la sensación de estar contemplando a un ser fantástico, de otro mundo, inmune a la muerte pero también indiferente a la vida. A ello contribuye, sin duda, la sorprendente interpretación de Johnny Depp. Aunque se trata de uno de los actores que más odio del mundo, tengo que reconocer que su trabajo aquí no deja indiferente. Su Jack Sparrow aturde por histriónico, desconcierta por afectado y casi produce risa por lo mucho que brinca. Pero está claro que todo ello forma parte de una interpretación perfectamente calculada para enamorarnos. Depp dice que se ha inspirado en los dibujos animados y en el mismísimo Keith Richards (que dará vida a su padre en la tercera parte, según dicen). No sé cuánto habrá de mentira y cuánto de verdad, pero a mí ya me da igual. Lo dije antes y lo repito ahora: este Jack Sparrow es mi último gran personaje favorito, y a partir de ahora me voy a limitar a disfrutarlo. Os invito a que vosotros lo hagáis también.

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domingo, 1 de octubre de 2006

El viento que agita la cebada. Bloody Sunday.

Los que me conocéis sabéis bien que en cine soy hipersensible al maniqueísmo. A veces, como sucede en la primera trilogía de La Guerra de las Galaxias (1977-1983) o en El Señor de los Anillos (2001-2003), me encanta que los malos sean seres terribles y oscuros. Pero cuando se trata de historias reales me ocurre todo lo contrario: necesito que los personajes sean verosímiles y no caigan en el estereotipo.

Este año Ken Loach ganó Cannes con El viento que agita la cebada (2006), su particular versión del conflicto irlandés. Hace ya mucho tiempo que Loach dejó de interesarme, pero esta vez me llamó la atención su proyecto. ¿Cómo habría retratado él, tan proclive a pintar sólo pequeños problemas de la gente corriente, un conflicto de tanta envergadura? Aquí ya no se trata de seguir la rutina de dos albañiles o de algún adolescente: aquí hay dos bandos y debe de ser difícil no plantear el asunto en términos de buenos y malos. Por eso quería ver El viento que agita la cebada. ¿Cómo se habría enfrentado Ken Loach a la dulce tentación del maniqueísmo?

Para completar el experimento, Alis y yo decidimos alquilar otro clásico reciente sobre el tema: Bloody Sunday (2002), de Paul Greengrass, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín de aquel año. La elegimos porque Greengrass también acaba de recrear el 11-S y las críticas no han sido demasiado malas. Si United 93, que cuenta la historia de la única tripulación supuestamente rebelada aquel día, no ha caído en la insoportable simplificación de las cosas que suelen hacer los gringos, quizás Bloody Sunday tampoco lo hiciera.

La historia.

Así las cosas, en un solo día nos pimplamos casi un siglo de historia de Irlanda. En El viento que agita la cebada, Ken Loach ha recreado los años en que nació el IRA. He estado investigando por ahí, y creo que antes de nada sería bueno hacer un breve resumen. Espero que no os aburra.

En 1916, mientras Gran Bretaña lucha en la Primera Guerra Mundial, un grupo de nacionalistas irlandeses proclama en Dublín la independencia de Irlanda. La isla había estado ocupada por los ingleses desde el siglo XII, pero los verdaderos problemas habían surgido cuatro siglos más tarde, cuando Enrique VIII se hizo protestante y estableció así una distancia insalvable con los isleños católicos. Para cuando llega 1916, por tanto, hay ya un sentimiento inveterado de insatisfacción. La declaración independentista de aquel año fue anulada por la metrópoli, pero dio pie al nacimiento de un movimiento nacionalista y de resistencia armada. Durante cinco años se libró una guerra abierta entre los independentistas irlandeses (germen del futuro IRA) y las fuerzas británicas, compuestas por veteranos mercenarios. Tanto unos como otros destacaban por su crueldad con el de enfrente. Finalmente, en 1921 se firmó un acuerdo histórico según el cual la isla quedaba dividida en dos partes. El norte, con una notable población protestante, seguiría en la misma situación, mientras que el sur, católico, gozaría de una mayor autonomía, aunque sin salir del Reino Unido. Algunos irlandeses se dieron por satisfechos, pero hubo un sector que consideró la medida insuficiente y estalló una guerra civil que duraría sólo un año. Hasta aquí llega El viento que agita la cebada.

En 1948 el sur consigue su independencia total y se convierte en la República de Irlanda o Eire. El IRA había seguido activo desde el tratado de 1921, luchando contra ingleses o irlandeses pro-tratado, pero ahora lanza una última campaña que supone un fracaso total y le hace perder gran parte del apoyo popular. En los años 60 surge un movimiento alternativo que propone la solución de los problemas por la vía pacífica, y que reivindica los derechos civiles. A finales de esa década, en 1969, el IRA se divide entre los que siguen apoyando la violencia (los provos) y los que la rechazan. Por su parte, el gobierno central de Londres promulga una ley en 1971 que permite la entrada en prisión de sospechosos sin un juicio previo. Esta medida provoca un fuerte rechazo por parte de los activistas de derechos civiles. El 30 de enero de 1972 convocan una manifestación en Derry, una ciudad de Irlanda del Norte. Desde Londres se envían tropas de paracaidistas, un cuerpo de elite ajeno al conflicto y famoso por sus métodos expeditivos. Los soldados abren fuego sobre la multitud y matan a 13 personas, dejando a otras 14 heridas. La fecha pasará a la historia como el Domingo Sangriento y tiene unas consecuencias enormes: recrudece los ánimos y hace que miles de jóvenes se unan a la escisión del IRA que propugna la violencia. Este día, ya lo habréis supuesto, es el que reconstruye Paul Greengrass en Bloody Sunday.

Tanto en una película como en otra, los irlandeses son los buenos y los ingleses son los malos. Pero hay diferencias a la hora de plasmar esto en la pantalla, y de eso es lo que yo os voy a hablar.

Los malos.

En El viento que agita la cebada, los malos malísimos son del tipo guerrero uruk-hai. Ken Loach pinta (con trazo muy grueso) a unos ingleses terribles. Son seres despiadados que salen de entre los árboles para abusar de los pobres campesinos irlandeses. Gritan tanto que ni siquiera se les entiende, como si no estuviesen hablando una lengua conocida. A mí me recordaban a los nazis de las películas de la Segunda Guerra mundial, a los vietnamitas que torturan a Rambo o a los malos de El Equipo A. No hay un ápice de humanidad en su comportamiento; ni una pizca de remordimiento. Este retrato no anda lejos de la realidad, sin embargo. Los soldados que Inglaterra envió a Irlanda para sofocar los levantamientos debían de ser unas auténticas malas bestias. Imaginad un ejército formado por antiguos soldados de la Primera Guerra Mundial que ahora trabajan como mercenarios, tipos curtidos en la guerra, que saltan directamente de las trincheras a las verdes y bucólicas praderas irlandesas. Da miedo, ¿verdad? Si os gusta este tipo de malos, os pondréis las botas. Veréis incendios de granjas y torturas espeluznantes, y si os ponéis cerca de la pantalla a lo mejor hasta os escupen al chillar.

La película de Ken Loach tiene un segundo tipo de malo, sin embargo: los irlandeses que aceptan el tratado de 1921. Este malo es mucho más literario, shakesperiano. La principal novedad es que tiene conciencia, que es mucho decir. Gracias a ella, el irlandés traidor conoce el remordimiento y el realizador nos presenta el auténtico planteamiento de la película: ¿hasta qué punto hay que servir a una causa? ¿El fin justifica los medios? Este tipo de dilemas, como era de suponer, devora por dentro a los personajes. Casi todos son muy delgados, con mirada alucinada y flequillos sudorosos por la tormenta interna que padecen. Si os gusta la ropa dos tallas más grandes de la correspondiente y simpatizáis con los tipos que tragan saliva antes de apretar el gatillo, ésta es vuestra película.

En la cinta de Paul Greengrass a quien nos encontramos es al malo aristocrático y estirado que no se mancha las manos de sangre, ya sea por remilgo o por cobardía. Es un malo de palacio, un Pilatos sin conciencia ni dignidad bíblica. Y junto a él tenemos también al soldado descerebrado, el esbirro perfecto para que los jerifaltes hagan realidad sus delirios de guerra. En el fondo, estos soldados son una versión sofisticada, con radiocontrol y armas automáticas, de los Uruk Hai. Se alimentan de la sangre de los irlandeses y experimentan un placer casi satánico al machacarles. Si en vuestra infancia os gustaba jugar con los Madelman, estáis de enhorabuena.

Greengrass también retrata de refilón al IRA, que por aquella época todavía no gozaba de una popularidad generalizada. En Bloody Sunday los activistas violentos, los provos, aparecen como gángsters siniestros que observan a la gente desde los coches, que hablan sin mirar a los ojos. Uno se imagina que llevan los maleteros llenos de metralletas y que están a punto de sacarlas en cualquier momento.

Los buenos.

La película de Ken Loach es casi bucólica a la hora de retratar a los irlandeses, que son los buenos. Todos son chicos sanotes que saltan entre los riscos y tratan con respeto a sus mayores, muchachos que se quitan la gorra azorados cuando entran en un edificio, y que tienen la cabeza llena de sueños. No hay guerrilleros sanguinarios en busca de venganza, como ocurrió en la realidad. Los irlandeses de Ken Loach, quizás porque son católicos, ponen varias veces la otra mejilla antes de devolver el golpe. Y lo más repelente es que cuando lo devuelven, frío y calculado (que no visceral), se retuercen atormentados por lo que han hecho. Para ellos vale también –ya lo habréis supuesto- el calificativo de shakesperianos. Si os fascinan los dilemas morales que dan retortijón de conciencia, os chuparéis los dedos.

Otra singularidad de estos bondadosos habitantes del bosque es que tienen el privilegio de enamorarse. El amor y la pasión son patrimonio exclusivo de los buenos, como suele ocurrir. En teoría, esto les da una dimensión más humana, hace que su conflicto sea mucho más real: el soldado que se deja a la novia para partir hacia el frente o el guerrillero que se enamora de la activista. En la práctica, no obstante, puede resultar cursi e innecesario. Aquellos que disfrutáis con los besos de despedida y con los revolcones en el granero, tendréis que traer un pañuelo para enjugar vuestras lágrimas.

El Bloody Sunday de Paul Greengrass también participa de este recurso. Su domingo está salpicado de Romeos protestantes y Julietas católicas, o viceversa. Así queda claro que puede haber una reconciliación, que el amor supera todas las fronteras de la religión. Si os gustan los amores imposibles, entre cortinas o alambradas, se os encogerá el corazón.

La nota dominante del elemento bueno y simpático de esta película, sin embargo, es la humanidad. Los personajes suelen caer en un estado que, a mi juicio, es profundamente humano: la estupefacción. No terminan de creerse lo que están viendo, no tienen palabras, no hay nada que decir. Esos silencios torpes e incrédulos son probablemente lo mejor de la película. Sobre todo cuando quienes se callan son los ingleses buenos, que también los hay. Paul Greengrass se ha esforzado por que entre la maquinaria asesina y despiadada que machacó a los manifestantes brille también la humanidad. Algunos de los hombres que aprietan el gatillo en esta película DUDAN. Y no lo hacen con la grandilocuencia pretenciosa de Shakespeare, demasiado universal para encajar en el pequeño corazoncito de cualquier hombre normal. No. Lo hacen asustados, atisbando con miedo y con un remordimiento anterior al crimen las consecuencias de sus actos. Ante la tragedia sobran los discursos y las heroicidades, los sacrificios, los idealismos y las literaturas. Ante la tragedia lo único que cabe es, como ya decía antes, el vacío. La muerte de alguien es siempre punto y final. Si os gustan los hombres, por tanto, ésta es vuestra película.

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