Últimamente me pasa que voy al cine y la tía de la taquilla me ve cara de tonto. ¡Siempre me da gato por liebre! Pago por ver una peli y me ponen una con el mismo título... pero completamente distinta. Y no se trata de que no me guste, qué va. Me refiero a un timo en toda regla, como si vas a comprar alcachofas y te venden mandarinas. Lo curioso del asunto, además, es que casi nadie parece darse cuenta. La gente sigue tan feliz en su ignorancia. Menos mal que estamos yo y mi nada humilde opinión para salvar al mundo. Quien quiera saber qué películas son un timo, que siga leyendo.
UNO. Cartas desde Iwo Jima. Clint Eastwood.
El bueno de Eastwood nos ha vendido una moto que no pasa de bicicleta. Su versión japonesa de Banderas de nuestros padres es una película bastante buena, pero ojo: el nivel de comprensión de la cultura nipona es el mismo que yo tengo. Y que conste que no soy yo quien lo dice, ¿eh? En una entrevista que leí, el mismísimo Clint lo reconocía: “fui incapaz de comprender por qué los japoneses se comportaban así”. ¿Mande? Entonces… ¿por qué cojones nos engañas a todos con el cuento de que has filmado la historia desde el otro punto de vista? Cartas desde Iwo Jima ni siquiera se atreve a trazar un retrato serio del fanatismo, que es un gran tema para cualquier película. En lugar de eso, el Million dollar Eastwood se conforma con que sus actores tengan los ojos chinos y hablen raro. Hasta ahí llega su aventura, y el resto es americanismo puro y duro. Del más ramplón, además. Pero que conste que la peli no es mala, ¿eh?
DOS. The Prestige. Christopher Nolan.
¿Os imagináis que vais a ver a un mago y resulta que no sabe sacar conejos de la chistera? Pues eso, más o menos, es lo que ocurre con The Prestige. Christopher Nolan nos hace creer desde la primerísima secuencia que nos va a hacer el truco del almendruco, cuando la realidad es que no pasa del Magia Borrás para críos de menos de cinco años. Este timo es tan inquietante que yo mismo me atreví a dudar de mi capacidad de comprensión. ¿Y si resultaba que no lo había entendido, que no había visto al conejo? Por suerte, mi escandalosa autosuficiencia vino a salvarme: no, no es que yo sea idiota, es que Nolan no ha estado a la altura de lo que prometía. Por lo demás, The Prestige es una soberbia lección de cómo retorcer una historia en el tiempo.
TRES. María Antonieta. Sofia Coppola.
El próximo que me diga algo de las putas Converse-que-sólo-salen-un-segundo- pasará a engrosar mi lista de idiotas ignorados, ya de por si abultada. ¿Y qué cojones me importan a mí unas zapatillas igualitas a las que llevo en este preciso instante? Ya lo dije hace un tiempo aquí, en Sindrogámico, y lo repito ahora: María Antonieta tiene de moderna muchísimo menos que yo, que sólo escucho los discos de Rockdelux. ¿Por qué nadie se da cuenta de que esta peli es tan convencional como, digamos, la estrepitosa Juana la loca? Cine histórico sin más, y un pelín malo. Lo de las canciones de marras, pues qué queréis que os diga: mucho ruido y pocas nueces. Moulin Rouge era, de lejos, muchísimo más atrevida. Pero claro, como le gusta a la gente fea...
CUATRO. Shortbus. John Cameron Mitchell
Con Shortbus no te sientes tonto: te sientes aburrido y conservador, que es peor. "Si el mundo es un lugar terrible es porque no follas o porque no dejas que los demás follen", nos sugiere John Cameron Mitchell. Chúpate esa. Pero, una vez más, la cosa tiene truco. La película es pólvora mojada: dos polvos filmados con detalle para pasar por atrevido y una filosofía de palillero para pasar por profundo. ¿De verdad tenemos que tragarnos que este planeta sería mucho mejor si todos hurgásemos en los orificios de los demás? ¡Por dios! Hasta donde mi cultivadísima virginidad me permite opinar, el sexo es el asunto más sobrevalorado de todo el siglo XX. ¡Me rebelo! Cameron Mitchell nos vende su película como el Free your mind definitivo, cuando la realidad es que Madonna había llegado muchísimo más lejos hace quince años. ¡Y sin pasar de los videoclips! El problema, señores, es confundir el uso con el abuso. Una cosa es que follar te haga sonreir, y otra bien distinta que para sonreir tengas que participar en orgias. Lo único memorable de esta cinta pseudo-pornográfica es el tipo que se chupa su propia polla en la primera secuencia. Y eso, por desgracia para Cameron Mitchell, depende más de la anatomía y la flexibilidad del actor que de los méritos del dire. Si por lo menos lo hubiera dejado para el final habríamos salido con buen sabor de boca (je, je), pero ni eso. Cuánto despropósito, la verdad.
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