miércoles, 11 de junio de 2008

Quim Monzó en selectividad.

Supongo que os habréis enterado de que los pobres chavales de España andan liados con sus exámenes de selectividad. Pero lo que a lo mejor no sabéis es que en Cataluña han tenido la felicísima idea de incluir a Quim Monzó dentro de la prueba de lengua y literatura catalana. De lo que se trata, al parecer, es de encontrarle un sentido al texto. Normalmente soy muy poco propenso a compartir experiencias literarias con vosotros, pero el texto me ha parecido tan apropiado para Sindrogámico que no me he podido resistir, me he saltado todas las leyes de la propiedad intelectual y lo he colgado. Si os apetece, echad un ojo y luego hacéis como que estáis en selectividad: escribis un comentario y contáis qué os parece. Sólo hay que pinchar en "leer más".

TREINTA LÍNEAS.
El escritor empieza a teclear con prevención. Tiene que escribir un cuento corto. Todo el mundo habla, últimamente, de las virtudes de la narrativa corta, pero él, si pudiera ser sincero, confesaría que detesta los cuentos en general y los cortos en particular. Así y todo, para no perder comba, se ha visto obligado a sumarse a la ola de falsarios que simulan ser unos apasionados de la brevedad. Por eso le aterra la ligereza con que los dedos se le desplazan por las teclas, de forma que detrás de una palabra aparece otra y a ésta le sigue otra, y otra, que acaban por configurar una línea, detrás de la cual se configura otra -¡y otra!- sin que consiga centrar el asunto, porque está avezado a las distancias largas: a veces necesita cien páginas para empezar a intuir de qué va lo que escribe, y otras veces ni con doscientas lo consigue. No le ha pasado nunca por la cabeza preocuparse por la extensión. Cuanto más extenso, mejor: bendita sea cada nueva línea, porque, una detrás de otra, demuestran no sólo el grandor sino también la grandeza de su ora, y por eso -aunque, en el fondo, una dos o cincuenta líneas no añadan nada a la historia que narra- nunca en la vida las expurga. En cambio, para escribir este cuento casi tendría que coger la cinta métrica y ponerse a medirlo. Es absurdo. Es como pedir a un atleta maratoniano que corra los cien metros con dignidad. En un cuento, cada nueva línea no es una línea más sino una línea menos, y en este caso, concretamente, una línea menos hasta la treinta, porque eso es el máximo: "Entre una y treinta líneas", le ha dicho la voz de terciopelo que le ha telefoneado del suplemento dominical del periódico y le ha pedido el cuento. A regañadientes, el escritor levanta los dedos de las teclas y cuenta las líneas que lleva escritas: veintitrés. Sólo quedan s9iete hasta la que será la trigésima. Pero después de escribir esta consideración –y esta otra- aún le quedan menos: seis. ¡Madre de Dios! Es incapaz de pensar nada y no teclearlo, de manera que cada cosa que piensa se le come una nueva línea y eso hace que en la línea veintiséis se dé cuenta de que, a sólo cuatro líneas del final, no consigue centrar la historia, tal vez porque de hecho –hace tiempo que lo sospecha- no tiene nada que decir y, aunque normalmente consigue disimularlo a base de páginas y más páginas, este maldito cuento corto lo pone en evidencia, motivo por el cual cuando llega a la línea veintinueve suspira y, con una sensación de fracaso no del todo justificada, pone el punto final en la treinta.


Treinta líneas es uno de los relatos incluídos en Mil cretinos, recién publicado por Anagrama.


8 comentarios:

n. dijo...

Conocí el nombre de Monzó cuando montó la zapatiesta al llamar "subnormal" a una de nuestras infantas, e inmediatamente me interesó el personaje. Poco después, vi la película de Ventura Pons basada en su libro de relatos "El porqué de las cosas", lo que me llevó al libro, que me gustó bastante. Y esa es toda mi relación con Monzó, aunque siempre he tenido curiosidad por leer algo más. Supongo que habrá gente que se escandalice un poco porque se haya incluído a un autor tan "moderno" y "polémico" (¿qué dirán en Lisergia Digital?) en los exámenes de selectividad, aunque si yo tuviera que volver a examinarme (qué bien, qué lejano queda...) diría algo como... "es un truco bastante viejuno, de la época de Lope de Vega más o menos. Hay relatos muchísimo mejores de Monzó, pero ustedes sabrán..."

Maine dijo...

Buf. Me parece una temática tan trillada, tan gastada y tan manida ésta de la metaliteratura (que si el libro dentro del libro, que si el escritor que cuenta cómo escribe, que si levantamos la cabeza de la página y, oh, sorpresa, nos reconocemos a nosotros mismos en el personaje al que van a matar, etcétera, etcétera), que todavía se vuelve peor y más insoportable cuando tiene pretensiones de originalidad a estas alturas.
En este campo, y desde aquel soneto mandado hacer por Violante, nada nuevo bajo el sol.

Anónimo dijo...

Mi comentario sería:

"Tiene 29 líneas"

NáN dijo...

Pues la verdad es que es un buen truco para cazar uno tras otro a los que les parece el gran invento de la modernidad literaria (imagino que un alto porcentaje de los examinandos).
No me importa, Maine, que las cosas sean trilladas (un amigo escritor me decía que una persona leída podría rellenar 50 folios de cada página de un libro con notas del tipo "Tomado de Thomas Mann, que lo leyó en XX, que lo copio de YY ... que aparece en Virgilio, quien lo proporciona con pocos cambios desde WW). Lo que me importa es que se haga bien y proporcione alguna perspectiva distinta, una vuelta de tuerca más. Y si eres un profesional y no te sale bien, pues lo mejor es no publicarlo. Es un texto pesado mucho peor que soneto de Lope. Entonces, ¿para qué?
Ahora leo bastante a Aldskidsen, un viejote con solo cuatro libros (para mí, perfectos). Contaba en una entrevista que apareció en Babelia que empieza muchos relatos pero los deja sin terminar si no llegan al nivel que él quiere. Me encanta esa forma de ver la literatura.

Miguel Carvajal dijo...

Estoy bastante de acuerdo con Maine: no se puede ser tan duro con Monzó, porque haya hecho algo que ya han planteado otros antes. En cualquier caso, me parece mejor que los estudiantes se examinen sobre los clásicos que sobre un escritor cualquiera contemporáneo.

Por cierto, de Askildsen he leído "Últimas notas de Thomas F. para el público en general". Bastante curioso. Pensaba que era un tipo muy raro... Vaya, me ha ocurrido otro de los males típicos: creerse original.

Centro Picasso Vilnius dijo...

Jo. Yo que me he venido toda corriendo a comentar para mencionar el soneto de Lope de Vega y resulta que cuatro personas se me han adelantado. Qué mal.

Yo había leído algunos cuentos de Monzó sin saber nada de él y me pareció un escrito entretenidillo. De hecho al principio no he entendido dónde estaba la polémica, he tenido que ir ainformarme (por eso no he llegado a tiempo de mencionar el soneto de Violante...).

Rfa. dijo...

A mí, la verdad, me pirra todo lo que sea meta, desde los Metabarones de Jodorovsky hasta el meta cine de Michael Winterbotton. Por tanto, no me molesta en absoluto que el señor Monzó se haya nutrido de clásicos y viejas ideas.
En realidad, lo que me ha parecido oportunísimo del texto, el motivo principal por el que lo he querido compartir con vosotros, ha sido la sutil crítica que desprende hacia el "escribir por escribir" que tan en boga está ahora en la blogosfera. A veces, cuando escribo aquí, me da un miedo enorme haber cruzando la línea de la pretenciosidad y estar haciendo el ridículo delante de todos. Y por eso no he podido evitar darme por aludido cuando Quim Monzó se ríe de los que escriben igual que se tiran pedos.

chus dijo...

Igual no estoy al tanto de las capacidades de un estudiante de COU, pero me parece que el texto apunta a comentarios y análisis en forma de doblez, sutileza analítica y lecturas dobles y triples, por el escritor y el contenido. Si el aprobado pasa por no escribir con faltas de ortografía, supongo que es un pormenor el tipo de texto que se incluya en el examen de lengua. No me parece el texto más apropiado para un examen de selectividad.