¡A por bollos, oé!
Al final ayer no vi el partido de España-Francia en mi casa.
Cuando llegué a mi casa unos minutos antes de las nueve, ya se encontraban mis amigos esperándome en el portal pertrechados con bolsas que incluían todo lo necesario para ver un partido de fútbol: cerveza, patatas, doritos, pizzas, y algunos frutos secos. Una vez nos encontramos, subimos rápidamente a mi piso para disfrutar del encuentro animados por la posibilidad de que España se clasificará para cuartos.
Sin embargo, cuando sobre la mesa ya se encontraban las jarras de cerveza llenas, encendí la tele y descubrimos que mi televisor ya no sintonizaba correctamente Canal Cuatro. ¡Pero si la semana pasada estuve viendo House! Tampoco era posible ver La Sexta, nunca pude sintonizarla. Así que los nervios, las risas y las dudas aparecieron, y tras desechar la idea de ver la primera parte en el bar de la esquina, recogimos el avituallamiento, corrimos hacia el coche y nos lanzamos rumbo a Fuenlabrada, a casa de mi amigo cuya afición (obsesión) es recordar los cumpleaños y los apellidos de las novias de sus amigos (y a veces, extensible a las madres también). Así también se ejercita la mente dirán unos.
En el coche, todavía con la sensación de culpa y de estupidez presente, trataba de encontrar un culpable: la antena, el antenista amigo del presidente de la comunidad de vecinos y éste último, y yo me eximo, que para eso busco yo el culpable. Y yo, que nunca voy a las reuniones de vecinos, tampoco tengo el derecho de quejarme mucho al respecto.
Aterrizamos a los 15 minutos en Fuenlabrada, mal aparcamos el coche enfrente de unos contenedores y ya nos encontrábamos otra vez delante del televisor, cerveza en mano, cuando el árbitro italiano señaló un penalti a favor de España. Gol.
Entonces, lo de siempre: cervezas, algún carlospaqui, patatas fritas, gol de Francia, doritos, panchitos, pizzas, otro gol de Francia, más cerveza, aparece la decepción, gol de Zidane, y pierde España. Vamos, un partido más.
Roguemos a Zidane. Te rogamos, óyenos.
Ahora siento alivio porque ya no tendré que escuchar más el odioso A por ellos, pero me apena la pérdida de la euforia roja y de ese sorprendente y adormecido españolismo tan favorecedor para unos y para otros, especialmente para los políticos de este santo y revuelto país. De la prensa, mejor no hablar. Lo dejo para otros.
Cuando llegué a mi casa unos minutos antes de las nueve, ya se encontraban mis amigos esperándome en el portal pertrechados con bolsas que incluían todo lo necesario para ver un partido de fútbol: cerveza, patatas, doritos, pizzas, y algunos frutos secos. Una vez nos encontramos, subimos rápidamente a mi piso para disfrutar del encuentro animados por la posibilidad de que España se clasificará para cuartos.
Sin embargo, cuando sobre la mesa ya se encontraban las jarras de cerveza llenas, encendí la tele y descubrimos que mi televisor ya no sintonizaba correctamente Canal Cuatro. ¡Pero si la semana pasada estuve viendo House! Tampoco era posible ver La Sexta, nunca pude sintonizarla. Así que los nervios, las risas y las dudas aparecieron, y tras desechar la idea de ver la primera parte en el bar de la esquina, recogimos el avituallamiento, corrimos hacia el coche y nos lanzamos rumbo a Fuenlabrada, a casa de mi amigo cuya afición (obsesión) es recordar los cumpleaños y los apellidos de las novias de sus amigos (y a veces, extensible a las madres también). Así también se ejercita la mente dirán unos.
En el coche, todavía con la sensación de culpa y de estupidez presente, trataba de encontrar un culpable: la antena, el antenista amigo del presidente de la comunidad de vecinos y éste último, y yo me eximo, que para eso busco yo el culpable. Y yo, que nunca voy a las reuniones de vecinos, tampoco tengo el derecho de quejarme mucho al respecto.
Aterrizamos a los 15 minutos en Fuenlabrada, mal aparcamos el coche enfrente de unos contenedores y ya nos encontrábamos otra vez delante del televisor, cerveza en mano, cuando el árbitro italiano señaló un penalti a favor de España. Gol.
Entonces, lo de siempre: cervezas, algún carlospaqui, patatas fritas, gol de Francia, doritos, panchitos, pizzas, otro gol de Francia, más cerveza, aparece la decepción, gol de Zidane, y pierde España. Vamos, un partido más.
Roguemos a Zidane. Te rogamos, óyenos.
Ahora siento alivio porque ya no tendré que escuchar más el odioso A por ellos, pero me apena la pérdida de la euforia roja y de ese sorprendente y adormecido españolismo tan favorecedor para unos y para otros, especialmente para los políticos de este santo y revuelto país. De la prensa, mejor no hablar. Lo dejo para otros.
Walter Kung Fu
2 comentarios:
Preciosa y poética reflexión sobre el partido. Sería una gran canción de Los Planetas sobre fútbol, sobre amistad, sobre lo cotidiano.
Gracias
Me encanta lo de "rogemos a Zidane". Muy bueno.
Rfa.
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