martes, 3 de abril de 2007

La muerte de Kevin Carter

En 1994 el fotógrafo sudafricano Kevin Carter consiguió la foto que le habría de llevar a la posteridad. Tomada en Sudán, la imagen de un buitre acechando a una niña famélica se convirtió en uno de los más potentes iconos de finales del siglo XX, consiguiéndole a su autor el prestigioso premio Pulitzer. Sin embargo, desde el primer momento una pregunta acompañó a la foto como una maldición: “¿Y tú qué hiciste para ayudarla?” Atormentado por tal pregunta, la muerte de su amigo Ken Oosterbroek acabó de minar la frágil salud mental de Carter, que dos meses después de recibir el Pulitzer se suicidó en un parque cercano a la casa en la que creció.

A años luz del onanismo chulesco de “Territorio Comanche” o de las crónicas de hotel de Maruja Torres desde Beirut, “La muerte de Kevin Carter”, nominado como mejor documental en la última edición de los Oscar, es un desolador retrato del mundo de los fotógrafos de guerra. A principios de los 90 Carter formaba parte del “Bang Bang Club”, un grupo de fotógrafos blancos que, arriesgándose de forma absolutamente inconsciente, se dedicaron a retratar los brotes de violencia que se desataron en los suburbios de Johannesburgo durante los últimos estertores del Apartheid. A través de una serie de entrevistas con amigos y compañeros de Carter, el documental indaga en los mecanismos de defensa que desarrollan aquéllos que están continuamente expuestos al horror y que incluyen una peligrosa combinación de drogas y alcohol y un necesario desapego emocional con aquéllos que están al otro lado del objetivo, y describe de forma fría y analítica cómo se fue resquebrajando la coraza de Carter hasta que fue finalmente devorado por la foto que le llevó a la gloria. Y ahí está lo más impresionante del documental: ver cómo la gente que conoció a Carter narra el descenso a los infiernos de su amigo y compañero con ese distanciamiento profesional que tanto se le reprochó al propio Carter en vida. Cuando una de sus compañeras habla de la sensación de vacío que les produjo la llegada de la paz a Sudáfrica, o cuando la hija adolescente de Carter dice con una frialdad pasmosa que su padre está mejor muerto porque nunca habría podido igualar el impacto de su foto más famosa y se habría convertido en un drogadicto amargado, pues a uno se le cae el alma a los pies. Muerte o gloría, decían The Clash. Gloria y muerte.

10 comentarios:

Rfa. dijo...

Hace un par de semanas venía un artículo sobre el tema en El País y me impresionó saber que Carter y sus amigos se ponían hasta las patas de todo. Capa solía decir que "si las fotos no son buenas, es porque no estás lo suficientemente cerca". Es la típica frase que se te queda grabada. Pero... ¿cómo acercarse a lo que verdaderamente interesa? Fácil: o con locura o con simpatía. Cuando ves las fotos que Cartier Bresson hizo de unas putas en Alicante, te preguntas cómo carajo llegó un guiri a hacerse tan amigo de esa gente en un país extraño. Parece una tontería, pero esa duda me ha vuelto loco durante años. Y al final he llegado a la conclusión de que Cartier Bresson debía de ser un juerguista simpaticón, y que probablemente se chuzaba con las putas. Y si hubiera hecho fotos de guerra, pues vaya usted a saber.

Anónimo dijo...

El fotógrafo es una persona, no es su cámara. La cámara no es una excusa, es un medio.

Anónimo dijo...

Además, se ha explicado varias veces que la niña de la foto estaba al lado de su cabaña, que no fue atacada, que es un espectáculo habitual ver ese tipo de escenas. La leyenda engordó, por tanto, partiendo de datos falsos.

Anónimo dijo...

Me gustaría tener una opinión clara sobre todo esto. Quiero decir, obviamente la pregunta ¿y qué hiciste tu para ayudarla? es la que debe prevalcer por encima de todo... por lo menos espero ya que no hizo nada por aquella niña que su foto haga algo por todos nosotros y nos ayude a ayudar a todas esas niñas.

Miguel Carvajal dijo...

Sí, se cuenta que el teleobjetivo le permitió dar la sensación de que el buitre acechaba a la niña, luego resulta que no estuvo tan próximo. Al menos, una foto más tardía lo mostraba lejano.
De todas formas, eso es una cosa y otra distinta la catadura del fotógrado. Imagino que habrá de todo.

Aproximarse a la realidad para contarla puede ser una estrategia expresiva tan válidad como peligrosa. Especialmente, si hablamos de fotoperiodismo. El encuadre, el encuadre.

Nodisparenalpianista dijo...

Si no recuerdo mal, creo que en su día, el perla ese se justificó diciendo que estas cosas pasan, que a la vez que se estaba quedando tiesa esa pobre criatura, había diez o quince más en el mismo trance, y que claro , ¿cómo podía él escoger a quien ayudar y a quién no?
No se si os habreis dado cuenta de que cuando andan a machetazo limpio entre los hutis y los tutsis de turno, además de cuatro tíos haciendo fotos para no escoger pero dejarse regalar prenmios de fotografía, los únicos occidentales que suele haber son unas monjas y unos curas de misión, mayormente navarros, dispuestos a dejarse rebanar el pescuezo porque siendo todos hijos de Dios, no pueden abandonar a sus hermanos.
Y aquí nosotros, con un par.

Walter Kung Fu dijo...

Complicado tema de debate. Muy complicado. Además, los fotógrafos buscan con ahínco aquella foto que les alce a la fama y a los libros de historia, por encima de la moral y de la muerte, incluso de la suya. Es una cuestión de ego.

Anónimo dijo...

Gracias a ese muchacho (y a otros como él) que se jugó la vida en Suráfrica casi todos los días, pudimos conocer en el mundo entero una situación tremenda: posiblemente hizo más así por aliviarla que de otra manera.

Además de misioneros (navarros), en esos sitios hay muchísimas personas no creyentes que se la juegan (o que prescinden durante meses y meses de la más mínima comodidad), porque como hijos de los hombres no soportan lo que les está pasando a otros hijos de los hombres. (Viva los que se dan, creyentes y no creyentes).
Hay entrega de creyentes y de no creyentes por igual, aunque la publicidad hacia la de los creyentes suele estar más organizada y se ve más. En la última o penúltima masacre de los isaraelíes en Ramala, sólo aguantó, porque era vital para muchos, un español, en realidad una española, cooperanta de una ong no creyente que llevaba allí 4 años (ella, la organización, más tiempo).

Y otra historia que se relaciona con la del fotógrafo. Una gran amiga es médico sf en todos los fregaos, caigan bombas o no. Nada le quita la sonrisa y la vitalidad expansiva salvo África. Dice que lo más duro es la obligación de comer ella entre tanta muerte por hambre. No le pasa la comida y sabe que esa ración la está mirando alguien que podría morir de hambre. Pro si da la comida y salva a uno o a dos, acabará enfermando y la quitarán de allí; y si lo hicieran todos sus compañeros, luego morirían centenares, miles, decenas de miles. Así que traga la comida (hace la foto, en lugar de espantar al buitre), aunque le parezca estar tragando arena. África la enferma: recién abierto un campamento, me contaba que hasta que las medidas que toman van teniendo efecto, hay niños ya en tal estado que lo que hace es elegir a los que ve que es inminente para llevarlos en brazos y que mueran notando calor humano.

He sido largo, lo sé (y pesado y moralista). Pero quería homenajear a ese fotógrafo y que no le vierais con la mirada de los que estamos aquí, sino con el sentimiento de los que están allí y dejan pasar cosas para que en un futuro pasen menos.

¿Nos veremos mañana en la mani por Couso? Como no nos conocemos, nunca lo sabremos. (¡Viva la banda de Justine y su mensajero el luchador oriental!)

Anadja dijo...

Escalofriante y conmovedor relato el que haces de tu amiga de MSF. No creo que hayas sido pesado ni moralista.
Gracias

Francesco Pasolini dijo...

Aquí hay un buen número de hipócritas, de sepulcros blanqueados, de engreídos. Carter no hizo nada, pero vosotros que le tiráis piedras, ¿qué coño hacéis? ¿Qué pasa? ¿Es que los kilómetros que os separan de esa niña y de tantos otros niños justifica vuestra pasividad? Al menos ese hombre al que escupís alguno redimió su mal acto con un suicidio, como en su día Judas. Era su forma de decir perdón.