Darren Hayman
Hay amigos o amigas a los que puedes estar años sin ver y, minutos después de un reencuentro, tener la sensación de que la noche anterior habías estado de cañas con él o ella. Ésa es la sensación que tuvimos muchos de los asistentes al concierto de Darren Hayman en el Neu! Club el sábado por la noche cuando empezaron a sonar los primeros acordes de “Pull Yourself Together”: la de volver a ver después de mucho tiempo a un viejo amigo con el que has pasado grandes momentos.
A finales de los 90, el mundillo indie celebraba las exequias del brit-pop mientras la música electrónica entraba en un bucle de autocomplacencia que comenzaba a aburrir hasta a los clubbers más recalcitrantes. Entre toda la maraña post-rockera que, en teoría, venía a salvar la papeleta, un pequeño grupo inglés de veinteañeros tardíos con un concepto tan sencillo como efectivo se coló por la puerta de atrás y comenzó a hacerse imprescindible para muchos. A Hefner se llegaba a través de sus letras: como un Jarvis Cocker en cuya mesilla de noche está “The Sun” y no Oscar Wilde, como un Morrissey que se masturba pensando en sus vecinas y no en Morrissey, las letras de Darren Hayman tenían la capacidad de capturar pequeñas escenas cotidianas y dotarlas de un carácter universal, casi siempre con la eterna guerra de sexos como telón de fondo. Y, tras las letras, la música: ese rasgueo inconfundible, esas urgencia y espíritu lo-fi que hacían pensar en los mejores Violent Femmes, en un Jonathan Richman que ya se afeita, en unos Pavement sin vocación artie. Los imprescindibles “Breaking God’s Heart” y “The Fidelity Wars” convirtieron a Hayman en uno de los más brillantes analistas de relaciones y sus trapos sucios y en uno de los feos más atractivos de todo el panorama musical. Pero, como ocurrió con Chandler Bing, Hefner empezaron a perder gracia cuando empezaron a follar regularmente; la sencillez de la fórmula y un estajanovismo casi enfermizo hicieron que las nuevas entregas comenzaran a perder fuelle. “We Love the City”, a pesar de su dispersión, todavía contiene 4 ó 5 grandes canciones, pero en “Dead Media”, con giro electrónico à la Dover para salvar los muebles, el agotamiento del grupo ya era evidente. Separación al canto, quizás algo tarde.
“Table For One”, el primer disco en solitario de Hayman, hereda algunos de los defectos de los últimos discos de Hefner: es digno, pero no tiene hits del calibre de “Love will destroy us in the end” o “I took her love for granted”. Y él, que no tiene un pelo de tonto, echó mano de varias canciones de Hefner en su reciente actuación en Madrid, para disfrute de todos los asistentes. En la sala Neu! mezcló canciones de “Table for one” con canciones no tan obvias del catálogo de Hefner como "The sad witch" (grande, grande), “As soon as you’re ready”, “Pull yourself together”, “Twisting Mary’s Arm” (no hay una canción mejor para cerrar un concierto) o “The hymn to the coffee”. Fue especialmente emocionante ver a las aproximadamente 90 personas que estábamos allí (por primera vez en mucho tiempo, poca gente) cantando a voz en grito y en curiosa comunión el estribillo de “The hymn to the alcohol”. Final con “The Wu-Tang Clan”, del disco de The French, y con un encantador Hayman vendiendo sus propios discos sentado a pie de escenario. Y todos al sábado por la noche con una sonrisa de oreja a oreja. Es bueno volver a ver a los viejos amigos.
3 comentarios:
La envidia me tra-tra-traba la lengua, así que no comentaré na-na-nada. Sólo diré, para que conste, que has de-de-definido perfectamente a Hefner y que ahora está más claro por qué fueron tan mara-vi-vi-llosos.
Gracias (a ti y a ellos).
Yo que nunca fui fan de Hefner, supongo que por ignorancia, por haberles escuchado en plena orgía de descargas masivas de MP3s y por no seguirles en su momento, siento el arrepentimiento de no haber hecho todo lo contrario.
Nuevo descubrimiento... Algún día caerá algo enmis manos. Mientras he disfrutado con la crítica.
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