La noticia provocó un buen número de levantamientos de ceja: dos de los malditos más ilustres del panorama musical español unían fuerzas para grabar un disco conjunto. Bunbury lleva años intentando escapar de su etapa como impersonator de Jim Morrison, buscando referencias en lugares tan alejados del rock mesiánico-onanista que le ha hecho popular incluso en Alemania como el folklore balcánico o el mismísimo Raphael, y viendo como cada uno de sus esfuerzos generaba cada vez menos entusiasmo entre público y crítica. Nacho Vegas, sin embargo, contó desde el principio con el apoyo de la crítica especializada, que salivaba ante cada uno de sus lanzamientos a pesar de ciertos defectillos como unas influencias demasiado obvias (se podía intuir en quién estaba pensando a la hora de componer cada canción) y un exceso de malditismo, corriendo por momentos el peligro de acabar siendo devorado por su propio personaje. De todas formas, el tiempo ha dado la razón a dicho sector de la crítica, y Nacho Vegas ha pulido su discurso dando momentos tan memorables como el EP “Miedo al zumbido de los mosquitos” o el que hasta ahora es su disco más completo: “Desaparezca aquí”.
El primer objetivo parece cumplido: muchos lectores del EP3 han oído por primera vez el nombre de Nacho Vegas y muchos modernillos escucharán de nuevo y con coartada algo de Bunbury desde aquellos tiempos en que tararearan “Entre dos tierras” en los bares de su adolescencia. “El tiempo de las cerezas” es un split en cada regla: las impares para Vegas y las pares para Bunbury, a pesar de lo cual el disco acaba resultando extrañamente homogéneo. Cada uno parece componer con un ojo puesto en los fans de su partenaire, y un mismo personaje parece ser el protagonista de todas las canciones: el artista descreído, perdedor y de vuelta de todo, sensible y vapuleado por el pérfido sexo fuerte, que diría Ana Obregón. Como ya se esperaba, Nacho Vegas se muestra como mejor compositor y letrista (esas frases en inglés que Bunbury mete con calzador, esa “Welcome to el callejón sin salida” y su escritura automática algo tópica) y Bunbury como mejor intérprete (“Bravo” es una canción de Bunbury y para Bunbury, o como mucho para Raphael). A pesar de todo, también incluyen pequeños guiños a sus fans (“La fin”, segunda parte de la estupenda “Añada de Ana la friolera”). Musicalmente, se trata de rock clásico con apuntes de folk, tango, fifties, etc. que parece mirarse de reojo en el “Honestidad Brutal” de Calamaro (¿o la referencia al clonazepán es casual?), y Tom Waits se coloca en cabeza como artista más referenciado: al menos tres canciones lo “homenajean” descaradamente.
El principal problema de “El tiempo de las cerezas” es que el conjunto no supera a la suma de las partes: no hay ningún “El ángel Simón”, ningún “El hombre que conoció a Michi Panero” o “En la sed mortal”, ningún “El extranjero” o “Pequeño”. Da la sensación de que, si se separaran las canciones, se obtendrían dos discos individuales ligeramente inferiores a lo que cada uno ofrece ya en solitario. En definitiva, un disco correcto, bueno a ratos, que, mucho me temo, no ayudará a desplazar ni un milímetro la posición de cada uno de los implicados dentro del desolador panorama del rock en castellano. Buen intento, aún así. 6
2 comentarios:
Muy oportuna crítica la suya, querido N. Resulta que sentía yo una curiosidad tremenda por este disco, y sus palabras me han ilustrado.
En cualquier caso, creo que hay algo que deberíamos valorar de Bunbury y Nacho Vegas. Tanto el uno como el otro han experimentado con las posibilidades de una carrera en solitario en España, un país donde -hasta que ellos llegaron- salir solo al escenario equivalía a una de estas dos cosas: ser un cantautor de verso romanticón-comprometido, o ser un intérprete de canciones ajenas, concebidas para el gran público femenino. Ahora, gracias a ellos, sabemos que existen más posibilidades.
A mi juicio (sin haber escuchado una sola canción), EL TIEMPO DE LAS CEREZAS es interesante porque reune a estas dos personalidades, similares desde ese punto de vista, para dejar claro hasta dónde llegan los parecidos y dónde empiezan las diferencias.
Sin contar, claro está, con el morbo que da ver juntos al ángel y al diablo.
¡Mi curiosidad es cada vez más grande!
Gracias n. por ilustrarnos en todos los sentidos, "impersonator", "split", "clonazepán", ¡pardiez! ¡qué vocabulario!
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