viernes, 7 de julio de 2006

El hombre de la parada de autobús.

Todos los días paso por delante de la casa que este señor ha improvisado en una marquesina de autobús. Se llama Paco y se ha instalado aquí porque está al lado de Telecinco. Según él, eso le garantiza la atención de los medios. Y tiene razón: el mismísimo Pedro Piqueras se paró una vez a hablar con él. Y yo, que soy un poco periodista, también me he interesado por su historia. El otro día estuvo contándomela y he pensado que quizás os gustaría conocerla.
Paco es vasco. Nació en Euskadi hace ya cincuenta y cinco años, y en todo este tiempo ha hecho un montón de cosas. Ha trabajado, por ejemplo, en una multinacional de la electrónica. Fabricaba amplificadores para antenas. En sus ratos libres le gustaba ayudar, como él dice, y se apuntó como voluntario a Protección Civil. Tendríais que haber visto con qué orgullo me enseñaba su placa, que todavía brilla en la cartera.
Lo que no está claro es por qué abandonó esa vida. Cuando trata de explicártelo resulta muy confuso, así que nos adentramos en el campo de la especulación. Por un lado te cuenta que su padre murió y que todo cambió en su familia, porque empezó a llevarse mal con su madre y sus hermanas. Pero también está la historia de su enfermedad: Paco tiene una parálisis parcial que le afecta a la mitad del cuerpo y le impide trabajar. ¿Quién sabe? A lo mejor fue eso lo que le llevó a dejar su multinacional de toda la vida. A mí, como soy un romántico de pacotilla, la explicación que más me seduce es la última, la que atribuye todo el mérito del desastre a la fuerza más vieja de todas: el amor. Hace cinco años Paco se enamoró de Maite, doce más joven que él. Tenía 38 y era de Ciudad Rodrigo. Según parece, la familia no aceptó aquella relación y él, ni corto ni perezoso, se marchó. En ese momento empezó a vivir en la calle.
Paco me contó que pasaron tres años horrorosos en el frío del País Vasco. Más tarde se vinieron a Madrid y se instalaron en la Gran Vía, donde conocieron a Zapatero. El presidente había acudido a una entrevista en la radio y Maite logró saltar el cordón policial para exigirle una vivienda digna. El presidente, claro, se la prometió. Pero como una semana después nadie vino a entregársela, decidieron cambiar de estrategia y se vinieron a Telecinco.
Maite y él han vivido aquí durante ciento catorce días ya. Han acumulado trescientos kilos de cosas que se van encontrando por ahí, y que les servirán cuando tengan el piso que les prometieron. Entre los dos reciben unos cuatrocientos euros por pensión de invalidez, ya que Maite tiene una úlcera que le impide trabajar. Cuando yo estuve en la marquesina, ella había salido a mendigar y él se entretenía leyendo el periódico. Me llamó la atención la naturalidad de la escena, como si estuviera en el salón de su casa. La gente que esperaba el autobús había renunciado a la sombra, y los conductores de la EMT le saludaban al parar. Paco me contó que todo el mundo es amigo suyo.

Los soldados del cuartel de enfrente le traen comida, y los drogadictos del poblado que hay al otro lado de la carretera le dan las buenas tardes. Me enseñó una pulsera con pinchos que le había regalado un punki de Barcelona del que se había hecho muy colega. Decía que era una excelente persona. También llevaba un anillo "moro", regalo de un capitán de la Legión. Con todos estos recuerdos y cachivaches alrededor, después de un buen rato de charla, uno casi podía creerse la farsa de aquella vida "normal". Pero había un detalle que no dejó de llamarme la atención y que todo el tiempo me devolvía a la dura realidad. En la marquesina, casi oculto tras la montaña de basura que había acumulado, se asomaba el joven rostro de un modelo, protagonista de cualquier campaña de publicidad. Mirad la foto. ¿No os parece que les está echando, que ya está harto de ellos?

2 comentarios:

Walter Kung Fu dijo...

A mi las historias de vagabundos siempre me gustarán y siempre me enternecerán. Mi recomendación es El secreto de Joe Gould , una historia de Joseph Mitchell, colaborador de New Yorker.

Ya sé lo que quiero ser de mayor: vagamundos.

Y ya sé lo que le pediré a los Reyes Magos las próximas Navidades: una buena cámara digital, para competir con Rfa, al menos en cantidad.

¡Soy más feliz!

n. dijo...

Me han encantado la historia y las fotos. Siempre he sentido curiosidad por los vagabundos y/o homeless, siempre me he preguntado qué les habrá llevado a la situación en la que se encuentran y cómo debe ser vivir así. Me estaba acordando de aquella mujer a la que quemaron en un cajero en Barcelona y de su historia personal hasta el momento en que empezó a vivir en la calle, y de aquella chica joven y su hermana que vivían con sus perros en un banco de Argüelles hasta que unos skinheads las agredieron y salieron en las noticias de Antena 3, y de Pablito, el vagabundo de Moncloa, y de ese señor mayor que vende libros en la Latina y que siempre está allí haga sol o llueva, y al que siempre pienso que me gustaría comprarle un libro pero nunca se lo compro. En fin...