jueves, 18 de diciembre de 2008

Il Divo.

Es mejor enamorarse del malo que ponerlo a caer de un burro. Lo saben las protagonistas de los telefilms de Antena 3, ésas que lo mandan todo a tomar por culo por un macarra, y lo sabe también Paolo Sorrentino, director de Il Divo. Cuando decidió filmar la biografía de Giulio Andreotti, alias Belzebú, Sorrentino no se dejó llevar por la mala baba. Al contrario. El demonio de Il Divo podrá ser un mafioso y podrá haber ordenado el asesinato de periodistas, pero todavía conserva el poder de fascinación de los ángeles. El actor Toni Servillo construye un personaje de magnetismo torvo, a medio camino entre Nosferatu, Chiquito de la Calzada y el Javier Bardem de No es país para viejos; un guiñol atormentado por parecer más culto, que escucha misa a las cinco de la mañana y que se clava alfileres en las cejas para soportar mejor la migraña. A un personaje así no se le puede condenar sin matices. Y eso es, precisamente, lo que hace de Il Divo una gran película. Si alguno de vosotros quiere saber cómo, entonces tendrá que leer mitte.

2 comentarios:

mikto kuai dijo...

Yo aluciné, brutal. Hacía tiempo que no sonreía tantas veces de placer por lo que estaba viendo en una pantalla de cine. Qué maravilla, qué barroca, qué excesiva, qué gran bacanal cinematográfica toda ella. Todavía sigo dando saltos de alegría desde ayer (aviso: últimamente cuando me suele entusiarmar una peli y la recomiendo, cuatro de cada cinco personas recomendadas salen muy defraudadas del cine).

NáN dijo...

¡Por fin!, a pesar de mi pereza de último momento cada vez que voy a ir al cine, he visto Il Divo.

Desde la primera escena, las imágenes de la pantalla me engullían. Me recordaban a veces al Fellini mayor. Por una parte, no importaba lo que la película contaba. Ver era en sí un placer continuo.

Por otra parte, el reconocimiento de la complejidad y la fascinación de ese personaje, sin quitarle ni un gramo de lo dañino que fue, hace que el sentido de la película no cojée por ninguna parte.

Y para terminar, la historia de Italia desde la Segunda Guerra siempre me ha atraído mucho. Fue el país con más posibilidades de un cambio real, pero con una serie de fuertes nodos negros que lo impidieron.

Giulio ayudó en esa tragedia que, hoy, se ha convertido en comedia bufa.

No sé qué escena resaltar, porque siguen pasando todas por mi mente.