Ya había escuchado a mis amigos en varias ocasiones hablar sobre este libro, pero fue gracias a Walter Kung Fu que finalmente cayó en mis manos. Todavía no sabe él cuánto se lo agradezco. ¿Qué por qué? Escuchad:
Si tú eres el diablo, no soy yo quien cuenta esta historia. Ni soy Afuera-en-el-Cobertizo. Ése es el nombre que ella me dio sin siquiera saberlo. Ella es Ida Richelieu, la misma a quien años más tarde, tras lo sucedido en el Paso del Diablo, llamaban Ida Pata-palo.
Así es como comienza El hombre que se enamoró de la luna, una novela difícil de definir y seguro que para muchos difícil de digerir. Las vidas que en ella se cuentan, las de Ida Richelieu, Alma Hatcha, Dellwood Barker y Afuera-en-el-Cobertizo, no son las que todos no podemos imaginar que podían haber sucedido en un pueblecito de Idaho, durante la Segunda Oleada de la fiebre del oro, a finales del siglo XIX. Sus cuatro personajes son seres que debieron nacer en otra época, en otro lugar, no ahí, demasiado adelantados, demasiado vivos.
Pero vamos por partes, ¿quién es la Madame, la dueña del Indian Head Hotel, quién es Ida Richelieu? Sigamos es cuchando:
Ida Richelieu siempre decía así soy yo, y también: “No me pidas que cambie”.
Y “¡Oh!, ¡la humanidad!”.
Y “La baraja está marcada en tu contra... tenlo en cuenta”.
Y “Una mujer tiene su orgullo”.
Por no mencionar “Mantén tus promesas, mantente limpio y mantente vivo”.
Y “Las mejores historias son las historias reales”.
Pero había una cosa cierta: no era fácil llevarse bien con Ida Richelieu. Era dificilísimo.
Para mí Ida siempre será la mujer para la cual cuando en el bosque se cae un árbol al tocar la tierra produce siempre un sonido, aunque no haya nadie para escucharlo. En cambio, Dellwood Barker opinaba que si no hay nadie para escucharlo, la caída del árbol no produce sonido alguno. ¿Pero qué quien es Dellwood Barker? Escucha atento:
- He oído decir que puedes hablarle a tu sombra, y que tu sombra te contesta –dijo Dellwood-... se trata de eso, ¿sabes?, el eclipse de luna es una sombra: la tierra se interpone entre el sol y la luna, y lo que oscurece la luna es la sombra en la tierra. O sea que, como dice mi libro, el sol (que es la fuente de luz) es bloqueado por la tierra (que es el lugar en el que todos pensamos que somos quienes somos) y el pensamiento de ser quienes somos, la sombra de la tierra se proyecta sobre la luna (que es nuestro yo secreto), y el secreto es que no somos quienes creemos ser.
Para mí Dellwood Berker no sólo es el hombre que se enamoró de la luna, sino aquel que me descubrió que el ojo derecho sólo ve los que queremos ver, y el ojo izquierdo es el ojo del alma. Desde entonces, cuando tengo a alguien enfrente, trato de mirarle a su ojo izquierdo, a ver qué me desvela. Alma Hatch creyó en algún momento estar enamorada de Dellwood Barker, ¿quieres saber quien es Alma Hatch? Esto es lo que yo escuché de ella:
El cuerpo de Alma era zarzaparrilla o azúcar o un paste. Algo tan dulce, rosado y pegajoso que te impregnaba entero. Algo con lo que una vez que empezabas no podías parar hasta empacharte. Y en todo momento olía a rosas... rosas mezcladas con olor a mujer. Alma Hatch siempre se ponía agua de rosas. Detrás de las orejas, debajo de los brazos, en las muñecas. A veces se sentaba sobre un charco y dejaba que el agua de rosas subiera por ella. Si entrabas en una habitación y Alma Hatch había estado en ella en las últimas veinticuatro horas, lo sabías por el olor a rosas. Rosas de color rosa. No rojas, ni blancas, ni amarillas... rosas. Los pezones eran de color rosa; su agujero, de color rosa; sus labios, rosados. Era una mujer rosa.
Para mí Alma Hatch es la mujer pájaro, la de la hermosa melena, la que fue en busca de Mister Cobertizo. Este, en cambio, me enseño a jugar a teruteru, escuchémosle:
Llamaba al juego terutru por el pájaro del mismo nombre. En cierta ocasión había oído a mi madre decirle a un cliente que le gustaban los terutru porque el teruteru era un artista del engaño. El engaño consistía en que el teruteru simulaba tener un ala rota para que el zorro o el coyote lo siguiera, alejándolos así del nido.
Un día vi un teruteru y lo seguí. Eso fue exactamente lo que izo: simuló que tenía el ala rota para apartarme de su nido.
Lo consideraba un pájaro muy listo.
Yo me parecía mucho a ese pájaro.
El juego del teruteru nació de que yo buscaba algo sin saber qué estaba buscando. Lo que buscaba era teruteru.
El engaño consistía en que si actuabas como si estuvieras buscando teruteru, nunca encontrabas teruteru.
Tenías que ser teruteru.
Una cosa más sobre el juego de teruteru: si no querías que te vieran, no podían verte.
No podían atrapar al pájaro, no podían encontrar su nido, no podían verme.
En esta novela el sexo se entiende como una experiencia para contar historias, de niñas que al nacer eligen el arco y la flecha, y niños que se agarran a la boa de plumas, de agujeros de mujer, de Mueve Mueve, del espíritu de las cosas, de los búfalos.
¿Necesitáis algo más para empezar a leerla?
El hombre que se enamoró de la luna, Tom Spanbauer, traducción de Claudio López de Lamadrid, El Aleph Editores, 2007.
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